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La ilusión del anticapitalismo de consumo

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    chaksaastal
  • hace 1 minuto
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Por: Roberto Grajales.


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En los márgenes del capitalismo ha surgido una corriente que se proclama anticapitalista desde el consumo, es decir, quienes buscan combatir al sistema dejando de comprar ciertos productos o prefiriendo marcas alternativas. Aunque esta práctica expresa una reacción ética en el consumo, su alcance es superficial. No enfrenta las raíces de la explotación, sino apenas sus apariencias.


Primero, el consumo anticapitalista es una forma individual y moral de lucha. Se basa en la decisión personal de quién compra y qué compra, trasladando la responsabilidad del cambio social a la conciencia de cada consumidor. Pero, como nos ha enseñado la historia, el capitalismo no se derrota con actos individuales, sino mediante la acción colectiva de la clase trabajadora organizada. Las decisiones morales no sustituyen la lucha política ni la organización de clase.


En segundo lugar, este tipo de postura no toca la raíz del capitalismo, la propiedad privada de los medios de producción. La explotación no ocurre en la tienda, sino en la fábrica, donde el trabajador genera plusvalía que el patrón se apropia. Cambiar el consumo no cambia la estructura productiva. Mientras los medios sigan en manos privadas, la opresión del capital sobre el trabajo persistirá.


En tercer lugar, el consumo anticapitalista alimenta una ilusión reformista que puede hacernos creer que es posible un “capitalismo ético” o “sostenible”. Lenin criticó estas desviaciones pequeñoburguesas que, en lugar de promover la revolución, distraen a la clase trabajadora con reformas dentro del mismo sistema. Al concentrarse en modificar hábitos de consumo, se evita cuestionar la esencia del poder capitalista, el control de los medios de producción y la protección de sus intereses a través del Estado.


Cuarto, se debe tener plena conciencia de que el capitalismo es capaz de absorber y mercantilizar la rebeldía. El sistema convierte cualquier crítica en producto, y en los últimos años hemos visto la introducción al mercado de alimentos “orgánicos” o productos del llamado “comercio justo”. Así, el mercado se reconfigura para ofrecer una sensación de conciencia mientras conserva intactas las relaciones de explotación. La supuesta resistencia se convierte en una forma de consumo diferenciado, útil al propio capital, pues mientras persistan las relaciones mercantiles, persistirá el capital y, por ende, la explotación y las guerras.


Quinto, esta práctica no genera organización ni conciencia de clase. Comprar distinto no crea poder político. La lucha revolucionaria requiere partido, dirección y unidad proletaria. Sin estructura ni estrategia, el consumo crítico queda reducido a un gesto individual, sin capacidad de transformar la realidad.


Los llamamientos a boicot pueden tener una buena intención, anticapitalista, señalando empresas que contribuyen a la guerra, la devastación de la naturaleza o incluso de pueblos enteros, pero se olvidan de que todas las empresas, aunque no contribuyan de manera directa, es decir que no inviertan en la devastación de la naturaleza o en la guerra, si contribuyen con la miseria en la que viven millones de familias de la clase trabajadora.


Además, el boicot solo es posible para la pequeña burguesía o sectores con ingresos superiores. Las y los trabajadores, en su mayoría, carecen de la posibilidad económica de elegir qué consumir. Para quien vive del salario, la prioridad no es boicotear productos, sino sobrevivir. Pretender que el obrero cambie el mundo desde el carrito de compras es una ilusión que desconoce la miseria que el capitalismo impone.


El anticapitalismo en el consumo puede ser un gesto moral, pero no una estrategia revolucionaria. El capitalismo se combate no desde el mercado, sino desde la fábrica, el campo y la organización política de la clase obrera. No se trata de elegir qué comprar, sino de expropiar a los explotadores, socializar los medios de producción y construir un Poder nuevo, obrero y popular. Solo entonces, el consumo dejará de ser una trampa del capital para convertirse en una expresión libre del trabajo humano emancipado y sólo así se podrá detener la guerra, la devastación y el genocidio.

 
 
 

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