Cristóbal León Campos
Hoy se cumplen 50 años de la matanza del Jueves de Corpus, acontecida el 10 de junio de 1971 en la ciudad de México, y perpetrada principalmente por “Los Halcones”, grupos de choque y paramilitares utilizados por el presidente Luis Echeverría Álvarez. Se trató de la primera gran manifestación estudiantil después de la matanza del 2 de octubre de 1968, en la que centenares de jóvenes fueron agredidos a tiros y palos dejando un saldo de muertos aún indefinido, debido a la perversidad del Estado que ocultó, tal como acostumbra, la información, los cuerpos y su responsabilidad. Los estudiantes sobre todo de la UNAM y el Politécnico se movilizaron en apoyo a la huelga de la Universidad de Nuevo León (UANL), demandando la liberación de los presos políticos, la derogación de la Ley Orgánica de la UANL y la desaparición de los grupos porriles en escuelas de educación media y superior, entre otras demandas.
La respuesta del Estado fue la acostumbrada, la criminalización y la violencia se desataron, escribiéndose así una página más de la Guerra Sucia que ha empañado durante décadas la realidad mexicana, el asesinato a manos de las fuerzas represivas y la impunidad de los gobernantes que comenten estos crímenes aún continua, pues a 50 años, Luis Echeverría no ha reconocido su culpa ni ha sido condenado por estos actos, los del 68 y muchos más en los que se vio involucrado, la complicidad del Estado capitalista ha sido clara al negar después de diversos procesos jurídicos la aprehensión de los criminales y su condena, en varios momentos se dijo que los delitos ya habían prescrito. “El Halconazo” fue silenciado por muchos medios de comunicación al servicio del poder y durante décadas se mantuvieron cómplices, aunque con el paso del tiempo y tras difíciles batallas de los familiares de las víctimas, sobrevivientes, activistas y movimientos de izquierda, se ha logrado divulgar buena parte de los hechos y mantenerlos en la memoria colectiva, sin embargo, aún falta un largo camino por recorrer para que la impunidad y complicidad que continúan puedan quedar en el olvido, y este como muchos otros crímenes, sean reconocidos por el Estado, estudiados en todos los niveles educativos y nunca más repetidos.
Entre los testimonios publicados en pleno contexto represivo, destaca el presentado por la Revista Por qué? en su edición del 24 de junio de 1971, en sus páginas puede leerse: “México se ha vuelto a bañar con la sangre estudiantil. El jueves 10 de junio de 1971, el DF, la capital del país, fue escenario de otra espantosa matanza de estudiantes y pueblo en general, en la cual decenas de muertos y cientos de heridos fueron el patético testimonio de la barbarie oficial [...] El saldo exacto de muertos y heridos se desconoce (hasta la fecha), pues las policías han impedido el esclarecimiento de los hechos”.
Tristemente la persecución de los estudiantes persiste, la desaparición de los 43 de Ayotzinapa, la represión a los normalistas rurales de todo el país, y muchos casos más, dejan en claro que poco ha cambiado. Hoy la juventud es criminalizada y culpada en la coyuntura de la pandemia de Covid-19 en entidades como Yucatán, nuevamente son objeto de señalamientos discriminatorios y opresivos. Tal y como dijera José Revueltas: “Nos persiguen por eso; por ir, por amar, por desplazarnos sin órdenes ni cadenas”.
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