Por: Samuel Pech.
El miércoles 22 de marzo de este año se llevó a cabo en el centro de la capital yucateca una marcha convocada por diversas agrupaciones con un mismo fin: denunciar públicamente el gran daño ambiental ocasionado por la megagranja porcícola de “Kekén” en solidaridad con las y los pobladores de Sitilpech, quienes han sufrido los perjuicios ocasionados por la empresa situada en esa zona. Los perjuicios han sido no solo ambientales y de salud, sino también de criminalización por defender su tierra, tras la vinculación a proceso penal iniciado por el Gobierno del Estado de Yucatán, en contra de ocho de las personas defensoras de Sitilpech.
En este contexto, las y los manifestantes marcharon desde el parque de Santa Ana hasta llegar a un mitin en frente del Palacio de Gobierno, levantando pancartas y consignas como “¡Fuerza Sitilpech!” “¡Fuera Kekén!” “¡Agua sí, cerdos no! “¡El agua no se vende, se cuida y se defiende!” entre otras. Se contó con la participación de varias personas, quienes expusieron sus posturas a través de música, discursos y manifiestos. Terminando la marcha cada uno partía a su destino. Procuramos retirarnos en grupos y estar siempre comunicados, yéndonos con ese buen sabor de boca tras habernos expresado libremente y más aún por una causa justa que nos compete y nos une a todos.
Todo aparentaba estar bien, cuando de repente algunos recibimos una alerta, de que estaban levantando a unas compañeras y compañeros que marcharon con nosotros. Nos enteramos de que unos hombres les subieron a unos carros particulares y se fueron. Guardar la calma tras recibir una noticia así es muy difícil. Rápidamente se difundieron videos de personas que presenciaron el lamentable suceso, haciendo notar la brutalidad con la que esos sujetos sometían y raptaban a las personas manifestantes. En los videos podemos percibir los gritos de desesperación, la paralización por el estado de shock de las personas que vivían ese momento; algunos tratando de ayudar. Pero ya era tarde, pues los presuntos policías, sin identificarse, golpeaban entre dos o más personas a cada manifestante. Dos lograron escapar con la ayuda de algunos individuos, pero a otros dos sí se los llevaron por la fuerza y sin un destino claro. El horror se esparció en la ciudad y se alertó a la comunidad por redes sociales. Al poco tiempo también nos enteramos de que unos policías habían agarrado a dos más tras realizar un operativo, como si de una cacería se tratase.
Analizando algunos videos nos dimos cuenta de que había policías infiltrados durante la manifestación, tomando fotos y grabando para poder recibir órdenes de captura contra quienes se les haya indicado. ¿No es esto inverosímil? Que la ciudad que se jacta de su seguridad pública ¿actúe con tanta sinvergüencería y golpee cruelmente a unos jóvenes que luchan y usan sus medios de expresión para defender el agua, la tierra y al pueblo trabajador?
Desde luego que es inaceptable el proceder de las autoridades, pero también es cierto que dichos agentes encubiertos no actúan por cuenta propia ni personal, sino todo lo contrario. Sin quitarle peso a sus acciones, estas personas son enviadas para cumplir uno de los trabajos represivos que realiza todo Estado capitalista y protector de los intereses empresariales para descoyuntar a las movilizaciones sociales y populares, que representan una amenaza a los intereses de los capitalistas del gobierno y las empresas.
El capitalismo funciona de tal manera que el empresario colocará a los títeres perfectos en el poder político, así provengan de los partidos más “conservadores” como se les dice, o lo más “progresistas”. De izquierda o derecha, el empresariado velará por sus intereses y el pueblo trabajador seguirá padeciendo de las mismas afectaciones, porque a ellos no les importamos. Ellos siguen exportando mercancías al continente asiático y percibiendo ganancias exorbitantes; todo a costa de la salud de la población local, de los empleos mal pagados en sus industrias, de la contaminación de los cenotes y el aire. No se van a tentar el corazón, pues sus ganancias son primero. Ese es el rol del burgués, dueño de la gran industria monopólica y explotadora, protegida por el estado burgués en todos sus niveles.
Pero la clase trabajadora somos más, el pueblo que se levanta a trabajar por un sueldo que apenas le alcanza sus necesidades básicas, que vive la explotación; las y los jóvenes que estudian por un mejor futuro; las y los campesinos que velan por su siembra y cosecha; el obrero y la obrera que aún estando desposeída de todo, usa su fuerza de trabajo para llevar pan a la mesa; la masa asalariada que muchas veces, con todo y profesión no cuenta con un trabajo seguro ni con prestaciones de ley; las y los manifestantes que alzan la voz para defender la tierra ante un capitalismo arrasador, un capitalismo que dañará por igual a la familia del obrero, como a la familia del policía represor.
Solo nos queda poner de relieve la necesidad de erradicar este sistema capitalista en decadencia y reemplazarlo por uno donde no se nos reprima por exigir lo justo; es más, donde ni siquiera tengamos la necesidad de marchar para exigir nuestros derechos fundamentales, como el derecho al agua y aire limpios, un medio ambiente que no se ponga en riesgo por los intereses inmediatos y económicos de la clase burguesa. Es por ello que tiene que ser el poder obrero el que controle la economía.
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