Por: Guillermo Uc.
En la sociedad, todo se encuentra atravesado por la ideología: la educación, la impartición de justicia, incluso las expresiones artísticas, incluyendo el cine. La gran mayoría de la producción cinematográfica expresa los intereses de la clase dominante o, en su defecto, las limitaciones del análisis que no alcanza a identificar en el capitalismo la raíz de todos los problemas sociales. Este es un fenómeno del cual ni siquiera las películas dirigidas a niños y niñas escapan, y ese es el caso que nos ocupa hoy.
“Ainbo: la guerrera del Amazonas” (2021) es una película que, en cierto modo si se quiere, intenta escapar de lo habitual, ya que pretende abordar la angustiosa situación de expoliación capitalista en la que se encuentra el Amazonas a manos de los monopolios, en concreto, la extracción minera y maderera del llamado Pulmón del Planeta, todo presentado con un mensaje entretenido para las y los niños. Como película, fue bastante entretenida y disfrutable, pero en cuanto al evidente mensaje que se quiere dar, me parece claro que toma su lugar dentro de los marcos de la ideología de la clase dominante.
Habrá más de un crítico de cine que seguramente ya esté viendo a la película como una joya por atreverse a tanto. Empero, puedo apostar lo que sea a que en ningún análisis de aquellos se mencionan verdades incómodas. Desafortunadamente o afortunadamente, dependiendo de la perspectiva desde donde se quiera ver, yo no soy ni pretendo ser un crítico de cine, pero haré el mayor esfuerzo por hacer una crítica marxista-leninista a esta cinta.
La película retrata la aventura de una niña que vive en una aldea del Amazonas que se ve amenazada por un “espíritu” maligno que lleva enfermedad y muerte a la misma. No pasa mucho tiempo para que se nos revele cuál es ese espíritu maligno, representado en un empresario dedicado a la tala y la extracción minera. El burgués llega a la aldea prometiendo medicinas, que desde luego la gente del lugar no conoce, para sanar las enfermedades, a cambio de que se le deje quedarse y se le muestre la ubicación de una mina de oro. Finalmente, luego de una batalla, su “espíritu” es liberado y mágicamente la extracción se detiene. Aunque habrá otros elementos interesantes que en una reseña cinematográfica marxista-leninista valdría la pena abordar, este artículo no es dicha cosa, por lo que solo nos ocuparemos de algunos aspectos centrales del filme.
En términos generales, la película es un regalo para algunos grupos ambientalistas y de intelectuales que, como suele ocurrir con la pequeña burguesía, en determinados momentos tiende a radicalizarse y levantar el volumen de su protesta. Y, como resultado de eso, el capitalismo procura ganarse a esas corrientes dándoles lo que quieren, aprovechándose de que no alcanzan a ubicar el meollo del asunto.
En los últimos años, han proliferado los grupos y organizaciones que, de una u otra forma, han mostrado su preocupación y descontento por la situación ambiental. En este caso concreto no hablo de la resistencia popular contra la destrucción de su comunidad en aras de la acumulación capitalista sino de grupos provenientes de la pequeña burguesía que, por uno u otro motivo, se han posicionado al respecto.
Al ser un sector de la población al que a la burguesía le interesa tener de su lado en su lucha contra el proletariado y los sectores populares, el propio capitalismo busca vestirse de verde y de ambientalista. El resultado han sido el surgimiento de diferentes asociaciones, fundaciones, ONGs y demás que también se preocupan por el medio ambiente, identificando a los culpables del desastre medioambiental en el proletariado consumidor y uno que otro capitalista que contamina, extrae y produce de manera desmedida. En ese sentido, la maquinaria ideológica trabaja incesantemente, produciendo cintas como “Ainbo” para demostrar que cineastas como Richard Claus, José Zelada y la industria del cine en general está “a favor del medio ambiente”.
Desde luego que la película omite ciertas verdades incómodas. En primer lugar, el mal se representa en una sola persona, en un solo empresario malvado que no le importa destruir la selva y esclavizar a los pobladores para su propio beneficio. Aquí el problema es que lo que ocurre en el Amazonas, la tala a gran escala para el cultivo de soya, para la producción de madera, la extracción minera de níquel, estaño y cobre, entre otras actividades productivas de monopolios de todo el mundo, no es obra de una sola persona, sino que responde a los intereses de todo un sistema de producción: el capitalismo en su fase monopolista. Por supuesto que los burgueses son personas de carne y hueso, y para efectos de argumento de cine infantil, es más fácil encarnarlo en una sola persona, pero por omisión, se lava la cara a un sistema al que la industria del cine no quiere tocar ni con el pétalo de una rosa.
El villano llega a la aldea apantallando a todos los habitantes con los avances tecnológicos en el campo de la medicina y es así como logra cautivar a los aldeanos. De hecho, logra penetrar en la misma prometiendo que les dará la cura para enfermedades como la malaria que venía cobrando la vida de personas mayores en el pueblo, a cambio de que le entregaran el oro. En este caso, el guiño es para los grupos indigenistas “decoloniales”, que rechazan cualquier cosa que signifique un desarrollo en las fuerzas productivas, incluida la propia ciencia, por considerarla “occidental” y “colonizadora”. Tratando de atraer sus simpatías, la tendencia del filme parece darles lo que quieren ver: se comprueba que cuando se lleva el desarrollo tecnológico a comunidades indígenas eso significa, por principio, una calamidad.
Sin embargo, el marxismo-leninismo nos indica que el desarrollo de las fuerzas productivas siempre va hacia adelante y su avance significa un progreso en el desarrollo de la humanidad. Querer ir en sentido contrario es querer echar a andar hacia atrás la rueda de la historia. Por otro lado, no partimos de la crítica hacia ese desarrollo en abstracto, sino que siempre lo ubicamos en el sentido de preguntarnos a qué clase beneficia actualmente. Es indudable que la burguesía, bajo el discurso del progreso, justifica toda clase de saqueos contra los pueblos, pero la ciencia puesta al servicio del proletariado sería capaz de erradicar muchísimos males que hoy aquejan a la humanidad, sin que eso signifique pasar por encima de los pueblos.
La lucha de las comunidades indígenas, tanto en el Amazonas como en cualquier otra parte del mundo, está indisolublemente ligada a la lucha contra el capitalismo en cualquiera de sus formas. Esta lucha parte de los problemas materiales concretos de esos pueblos, que día a día ven como los monopolios se llevan su agua, sus bosques, sus tierras y todo lo que necesitan para subsistir, sembrando el terror contra todos aquellos que se les oponga. La naturaleza del sistema capitalista no puede ser cambiada con una película que “concientice” sobre la destrucción del Amazonas, sino que debe darse principalmente en el terreno de la lucha frontal contra la burguesía. Pero para llevar a cabo esto, los pueblos deben estar perfectamente organizados y dispuestos a llevar a cabo todas las formas de lucha. De lo contrario, no serán los “espíritus” malignos quienes asolen sus formas de vida, sino la burguesía, cosa que ya está haciendo.
Por último, estoy seguro de que más de algún oportunista, principalmente de la socialdemocracia, habrá derramado una lágrima o se habrá conmovido sobremanera con la cinta. En estos momentos ya deben estar recomendando a sus amigos y conocidos, pero también a sus partidarios, ver la película porque expresa un “problema real”. Estos sinvergüenzas son muy buenos para ver la paja en ojo ajeno, pero no para ver la viga en el suyo, porque mientras se “indignan” con lo que pasa en el Amazonas, hacen hasta lo imposible para defender lo indefendible. Olvidan que aquí, en México, el Tren Maya arrasará miles y miles de hectáreas de selva y se encuentra despojando de sus tierras a miles de pobladores, a quienes el miserable de Rogelio Jiménez Pons, director de FONATUR, ha tildado de “invasores”.
Por ellos ya no podemos hacer mucho, por no decir nada, porque saben perfectamente cuál es el papel que juegan, a favor de quién y detrás de qué intereses, y no es cosa de hoy ni de ayer, llevan años acomodando sus cartas. Lo que sí podemos hacer es intentar concientizar al proletariado y a los sectores populares, a las capas radicalizadas de la juventud preocupadas por el medio ambiente para que identifiquen al verdadero enemigo que, como decía Karl Liebknecht, se encuentra en casa: el sistema capitalista en su fase última, en el cual participan no solo los monopolios extranjeros, sino también los mexicanos.
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