Ayotzinapa, semilla de cambio
- chaksaastal
- 11 nov
- 2 Min. de lectura
Por: Lucía Roble.

Otro año ha pasado y la herida sigue abierta, 43 normalistas arrancados de entre el pueblo continúan desaparecidos. Cambian los gobiernos, cambian los rostros en el poder, pero las falsas promesas se repiten como un eco que insulta nuestra inteligencia. ¡Fue el Estado! Y la justicia sigue ausente.
Esto ocurre porque, aunque los gobiernos se sucedan, el sistema permanece intacto. Los intereses de la clase burguesa se imponen una y otra vez sobre los de la clase trabajadora. En este escenario, las normales rurales representan una amenaza latente para la burguesía; son semilleros de luchadores sociales, espacios donde se desenmascara la explotación y donde la juventud encamina la lucha hacia su verdadero enemigo, la burguesía misma.
Por eso el Estado insiste en desaparecerlas. Reprime, encarcela, asesina. El crimen contra los normalistas no es un hecho aislado, sino la continuidad de una política que busca silenciar a la juventud consciente, aquella que se levanta desde la precariedad para reclamar un presente y un futuro dignos.
El gobierno socialdemócrata, que en campaña agitaba discursos de condena contra la represión, mostró pronto que esas palabras no eran más que ornamentos electorales. Hoy continúa golpeando a las normales, como lo demuestra la represión en Mactumactzá, Tiripetío, Teteles y la propia Ayotzinapa. La promesa de esclarecer el caso quedó en la impunidad, y en lugar de justicia, se fortaleció al mismo ejército que, históricamente, ha sido verdugo de estudiantes, campesinos, mujeres y trabajadores.
Lo urgente es arrancar de raíz este sistema opresor y abrir paso a un país donde la educación sea un derecho universal, donde la juventud no cargue el riesgo de ser perseguida por pensar diferente y donde la justicia deje de ser un sueño postergado.
Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos. Porque Ayotzinapa no es solo dolor, es también semilla; semilla de rebeldía, de conciencia y de cambio.








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