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Capitalismo y salud mental

Por Alan Toloza Alamilla


En las últimas décadas el número de suicidios en Yucatán ha ido aumentando de forma preocupante, sobre todo entre los jóvenes de la clase trabajadora quienes tienen un mayor riesgo de suicidio debido a diversos factores como la cada vez mayor precarización del ritmo de vida y la dificultad para acceder a una atención psicológica.


Tan sólo en 2019 se registraron 245 defunciones por suicidio en Yucatán según datos del INEGI[1], dato que posiciona al estado como uno de los más afectados tanto por número de casos, como por tasa de suicidios. En años más recientes estas cifras no han hecho más que aumentar, y ante la agudización de muchos otros problemas a raíz de la pandemia por coronavirus las expectativas a futuro tampoco son muy alentadoras.


Si en efecto Yucatán es, como el discurso oficial pregona, uno de los estados más prósperos y con mayor progreso social del país, ¿Por qué el número de suicidios es tan alto? Es cierto que el suicidio es un fenómeno complejo y que como tal no posee una única explicación, pues diversos factores psicosociales como la depresión o el aislamiento suelen actuar en conjunto a circunstancias biológicas y circunstanciales. Sin embargo, una cuestión que no ha sido estudiada y mucho menos atendida a profundidad es la relación que existe entre el capitalismo y la salud mental.


Los niveles de alienación actual, la miseria generalizada y la precarización de todos los aspectos de la vida han llevado al límite la salud mental de un gran porcentaje de la población. La presión que el régimen capitalista ejerce sobre los individuos claramente puede influir en el desarrollo y recrudecimiento de todo tipo de enfermedades mentales, pensamientos y aflicciones que puedan conducir a alguien a atentar contra su propia vida, en especial cuando la ideología burguesa se ha encargado de ocultar la implicación del sistema con el malestar social y en su lugar ha señalado al individuo como único responsable de sus problemas y preocupaciones.


No es de extrañar que el avance del capitalismo, el deterioro de las formas de vida y el aumento de los trastornos mentales estén estrechamente vinculados en todos los lugares del planeta. En todos los países capitalistas del mundo, la clase obrera y su juventud no puede hacer más que resistir los embates del día a día y tratar de sobrellevar la carga mental que esto implica, pues la propia atención psicológica no es accesible para el grueso de la población.


Aunque este panorama deje entrever una conclusión un tanto desalentadora: que mientras la forma de producción capitalista perdure el malestar individual y colectivo sólo podrá ir en aumento. También pone sobre la mesa la necesidad de visibilizar la contradicción existente entre el discurso individualista y las verdaderas repercusiones que el ritmo de vida impuesto por el capital tiene sobre la salud mental de las y los trabajadores en todo el mundo, pues sólo superando el capitalismo una vida verdaderamente digna y plena será posible.




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