Por: Samuel Pech.
Amanece
Un día más que me despierto para cumplir con mis deberes, al igual que la mayor parte de la clase trabajadora de Mérida, Yucatán, ciudad que ha tenido un notable crecimiento urbano en las últimas décadas. Miles de personas, estudiantes y proletarios utilizamos el servicio de transporte público (camiones y combis) todos los días. Estoy seguro de que te sentirás identificada (o) con lo que quiero decir.
La primera experiencia del día cuando voy a algún lugar gira en torno a mi traslado: al ir a la escuela, a mi servicio social, a trabajar o a realizar alguna otra actividad. Y mientras estoy yendo a buscar camión para ir al centro, me la paso pensando que el servicio de transporte podría ser mejor. Cuando llego al paradero, no es raro que pasen camiones llenísimos, muchas veces rebosando por las puertas, y el operador de la unidad no puede dar parada ya que hacemos una larga fila quienes esperamos, irremediablemente ahora, al camión que sigue.
Miro mi credencial CITUR de estudiante, con el pendiente de si el operador me la va a aceptar o no, o si va a darme mis cincuenta centavos de cambio. En eso, llega el camión. Cuando hay “suerte” (suerte de subirme, claro está) logro ser de los que van de pie en el pasillo o achocado en la puerta mientras el conductor nos llama la atención para que no bloqueemos el sensor y pide que se haga una doble fila y que la gente se vaya corriendo para atrás… ¡Vaya sana distancia! Aun con más “suerte” logro ir sentado, mientras el sonido del motor nos cunde los oídos y nos zangolotea al avanzar. Bueno, entonces empiezo a medir los minutos para llegar a mi destino, ya que, de no lograrlo soy un impuntual, eres impuntual.
“Salte un poco antes de tu casa” dicen quienes no lo viven. Alguno que otro docente sin consideración me ha puesto retardos o inasistencias, he escuchado de jefes que les descuentan el día o bonos de puntualidad a las y los empleados. No importa cual haya sido el motivo de tu retraso, la culpa es tuya, dicen. Saliendo del jale, esas personas se regresan a sus casas en coche. O sea, no es un problema que sufran todos, solo los que pertenecemos a una clase social, a la trabajadora.
Incongruencias pandémicas
Durante la pandemia, según el Gobierno, se han tomado medidas para evitar los contagios, creyeron que alejar los paraderos del cuadro principal del centro histórico era combatir eficazmente la pandemia, no importando que aún en los paraderos la aglomeración de personas fuera inevitable, y peor aún, que llega un solo camión y adentro se amontonan aún más. Y todavía se jactan de seguir dichas recomendaciones de la OMS. Incongruencias.
De los problemas visibles
El escaso número de unidades siempre ha sido uno de los problemas principales. Aunado a esto, la mala condición en la que se encuentran; el poco o nulo mantenimiento de sus motores y, en general, de la estructura; lo que provoca una deficiencia en el servicio y, a su vez, quejas hacia los conductores; la falta de checadores en los paraderos para información o quejas; el horario post pandemia reducido a cierta hora de la noche, misma situación que muchas veces ha dejado a usuarios sin la posibilidad de regresar en camión a sus casas saliendo del trabajo.
Pero eso no es todo. Resulta que el número telefónico para quejas contesta que mi saldo se ha agotado, ¡imposible! acabo de hacer una recarga para poder llamar y avisar a la Dirección de Transporte que no me quieren aceptar mi credencial de estudiante, que, porque “esta unidad es de tarifa única”, pero sin razón de ser ya que no tiene ni aire acondicionado, (de hecho, ningún camión después de pandemia), y además el camión tiene lector de tarjetas; pero no entra la llamada. Es inútil intentar quejarse, sacó unas monedas que eran para el pasaje de mañana y pago el boleto de adulto.
Rápidos y muy furiosos
El conductor está más preocupado por llegar a checar a tiempo, bajo el riesgo de recibir una penalización por llegar tarde, que por subir a las personas que deja con el brazo extendido en las esquinas. Ya ni se hable de las personas de la tercera edad que suben lento las escaleras del bus, ni del estudiantado cuyo uniforme y credencial en mano delatan que pagará con descuento.
El conductor está estresado porque le han tocado puros semáforos en rojo, luego acelera con tanta desesperación que con trabajo se detiene a subir gente y cruza en luz ámbar. ¿Saben cuántos accidentes han pasado por lo mismo? Pero él confía en sus habilidades, no quiere que le descuenten su salario, el cual no es proporcional a la digna labor que brinda; al final de cuentas también está sujeto a las pésimas estrategias para cumplir una hora de checar antes que de solidarizarse con el usuario que también va a perder parte de su salario por llegar tarde.
El problema de raíz
Pero, debe haber un trasfondo en todo esto, ¿No? No creo que las autoridades no se den cuenta de la pésima calidad de este servicio, porque además ya vi un par de documentos en la red donde explican la importancia de la “movilidad urbana integral” y se promueve con mucha insistencia el uso de la bicicleta, y cosas de ese estilo, para librarse ellos mismos de su responsabilidad de otorgar un servicio de transporte público eficiente y, de paso, poder “apaciguar” a la pequeña burguesía, siempre tan corta de miras, que se conforma con alguna que otra reforma que solucione de manera temporal sus aspiraciones individuales. Como si viajar de extremo a extremo de la ciudad en bicicleta fuera rápido, cómodo o seguro, como si fuera una verdadera solución al problema. Eso sin mencionar que promueven la bicicletarización de la ciudad sin siquiera, como mínimo, proporcionar las bicicletas, esperando que corran a cuenta de nuestros bolsillos. Qué estrés, frustración y tristeza. No es trabalenguas.
Para empezar, es importante redirigir nuestro reclamo. Las y los choferes de camiones, como antes dije, malamente están obligados a cumplir lo que les ordenan. No son los culpables de la pésima planeación del sistema de transportes. Son iguales a nosotros, pero resienten este problema como empleados directos de jefes que no procuran darles calidad laboral, ni ambiente sano, ni condiciones óptimas para el desarrollo de su labor. Y peor aún, se les carga la mano para resolver de manera directa las demandas de las y los usuarios.
¿Pero a quién dirigir nuestras exigencias? Ha habido “estrategias” gubernamentales al respecto, por mencionar el Plan Maestro-MUS, el PIMUS 2040, Plan de Mejora a la Movilidad Urbana para el Centro Histórico de Mérida, el de Infraestructura de Ciclovías. Sin embargo, ninguno de esos planes expone de manera consecuente un método práctico y material a seguir y realizar, sino que se desarrollan una serie de párrafos destinados a crear objetivos ambiguos, como “la importancia de crear políticas públicas, apuntar hacia una movilidad sostenible, promover la participación activa de la sociedad”, y nunca se habla, por ejemplo, de la transparencia del presupuesto, de la explotación laboral a las y los choferes, del alto costo del pasaje, ni del peligro de la curva de crecimiento del parque vehicular y su aumento desmedido.
El Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) realizó un estudio nacional titulado “El costo de la congestión, vida y recursos perdidos”, y ubica a Mérida como una de las ciudades que menos invierte en transporte público, y que tiene una alta demanda de parte de la población, pero se prioriza la inversión del transporte privado, lo cual desemboca en la congestión vehicular, una precarización del sector público y con ello una pérdida de millones de pesos y de tiempo de vida.
Las capacidades de gestión, que permitan pasar de la planeación a la acción están limitadas al marco jurídico actual, (del cual abordaremos a fondo en un futuro sus deficiencias, mañas y lagunas, por ahora a grosso modo). Por ejemplo, el PIMUS 2040 es impulsado por el Ayuntamiento municipal, no obstante, su papel es de colaboración, gestión y mediación con los demás niveles, estatal y federal, a quienes les corresponde el deber de subsidio y financiamiento. Y en la vida diaria vemos un desinterés generalizado por parte de los tres niveles de gobierno para destinar, administrar y utilizar correctamente el presupuesto, (nuestro presupuesto), y prefieren responsabilizar a otras autoridades antes que hacerse responsables.
Entendamos que las autoridades tienen un sueldo mensual al que como proletarios que somos jamás podríamos aspirar ni en sueños, eso sin contar a los concesionarios, quienes siendo del sector privado se aprovechan de la vaga aplicación de las leyes y reglamentos, de la poca transparencia informativa y de la entorpecida burocracia de las instituciones de gobierno, para ampliar sus ganancias como empresas, lo cual les funciona si de la mano tienen un Estado que apoya esos mismos intereses, y se olvidan de los nuestros.
Así que, ya nos vamos entendiendo, ¿Quiénes son los culpables del pésimo sistema de transporte?
¿Es imposible tener esa calidad?
Imagina: camiones en todo momento y a todos los lugares, sin tener que esperar hasta una hora su llegada, con horarios de llegada perfectamente planificados y con las herramientas tecnológicas para conocerlos al acceso de todos; constante capacitación a las y los operadores al volante del transporte; adquisición pública de nuevas unidades; constante mantenimiento a su infraestructura; tarifas que no representen una carga excesiva al salario o ingreso de trabajadores, estudiantes, adultos mayores y personas con discapacidad, al mismo tiempo que no sean en perjuicio del sueldo que deba percibir el operador, sino que sean montos absorbidos por el Estado, el cual debe ser propietario y responsable de su manejo, eliminando su usufructo por particulares, y propiamente que las y los servidores que conducen camiones sean retribuidos de manera justa, con todas las prestaciones de ley sin depender de cuánto pasaje suban o cuántas vueltas den.
Para lograr dicha calidad, no necesitamos promesas de campaña, ni planificaciones redundantes, ni seguir agendas que se autoproclamen incluyentes o sostenibles, ni solo proponer reformas al marco legal existente. Antes, se necesita la organización colectiva de la clase trabajadora, usuarios y conductores, que vivimos directamente las consecuencias de la poca destinación de presupuesto público al sistema de transporte público de pasajeros. Es necesario arrancarle al Estado actual esas concesiones por medio de la lucha organizada.
Dicha organización social implica un esfuerzo conjunto que debe dirigirse en contra la clase dominante, a través de manifestaciones, marchas, mítines, huelgas, paros laborales, paros estudiantiles, tomas de unidades de transporte, lucha en los sindicatos de transportistas, entre otros modos, que impliquen presión social, que orillen a un cambio directo y material.
Pero incluso obteniendo estos triunfos no debemos dejarnos engañar, pues la propia clase dominante hará todo lo posible para que, en un futuro, el Estado burgués vuelva a poner en práctica medidas que supondrán un nuevo golpe contra nuestra clase y un nuevo descenso en la calidad del transporte público. Es por ello que, únicamente podremos pensar en un transporte de calidad permanente, al servicio de nuestra clase, con el derrocamiento del sistema que lo impide y su sustitución por un Estado proletario que priorice la calidad de vida de nuestra clase en todos los aspectos, antes que el beneficio de un puñado de burgueses que controlan en sus manos la concesión del transporte.
Sí se puede. Pensemos en colectividad, somos una gran parte de la población que tiene la posibilidad de ser felices desde el amanecer, desde el primer viaje. Luchemos por esto y en consecuencia veremos mejoras no solo en el transporte, sino también en la salud emocional y física, en el medio ambiente, en la economía, y muchos otros indicadores que solo quienes padecemos el caos del transporte público entendemos.
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