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El caso de José Eduardo: Uno de tantos más

Por Carlos Suárez


Un joven migrante, que abandona la tierra que lo vio nacer en busca de mejores oportunidades ante la inseguridad, el desempleo y la precariedad laboral. Bien podríamos estar hablando de un joven hondureño, salvadoreño, mexicano; y así podríamos estar hablando de un joven campechano, chiapaneco o yucateco. Pero hoy hablamos de un joven originario de Veracruz: José Eduardo Ravelo Echeverría, “El Güero”, quien fue golpeado, violado y asesinado por la policía yucateca, bajo el “delito” de “verse sospechoso”.


Así como José Eduardo no es ni será la única persona que ha tenido que viajar en búsqueda de una mejor vida, él tampoco es el único que ha encontrado el mismo destino terrible e injusto que lo hizo perecer. Gaspar Avelino Sulub Cimé, José Alberto Acosta Caamal, Ronald Richmond Díaz, José Santiago Medina Naal y Salvador Osmar López Manzanilla también perecieron a manos de policías en Yucatán en el último año. Por otro lado, no nos engañemos: esto no se trata solo de un problema exclusivo de la policía yucateca como algunos parecen señalar. Ahí están las muertes de Cristian Giovanni, un niño de 12 años asesinado a balazos por policías en Irapuato, Guanajuato recién en junio; de Victoria Esperanza Salazar, originaria de El Salvador, llevada a la muerte por policías en Tulum, Quintana Roo en marzo; de ‘Kike’, joven baleado por un policía municipal en Chihuahua en el mes de julio; de Giovanni López, joven albañil asesinado por policías en Jalisco a mediados del año pasado.


No se trata siquiera de un problema exclusivo de la policía en México. En el mismo plazo de tiempo encontramos, por ejemplo, las muertes de Duante Wright (abril de 2021), Breonna Taylor (marzo de 2020) y George Floyd (mayo de 2020) en Estados Unidos; todos afroamericanos. En otros países de América, e incluso fuera del continente, en Europa, encontramos situaciones similares. En España, desde 2010, 72 personas han muerto bajo custodia policial, habiendo ocurrido 10 de ellas tan solo en 2019. Aunque a estos números los hacen palidecer países como Brasil, Venezuela, Filipinas o Siria, donde los asesinatos cometidos por la policía se cuentan por miles cada año.


Este panorama tendría que hacernos ver que lo que hace falta no es que los cuerpos policiales del mundo reciban cursos sobre Derechos Humanos o alguna otra capacitación. Si bien no podemos negar que, por ejemplo, la policía de Yucatán es en general machista, homofóbica y racista, estas características no bastan para explicar la brutalidad que caracteriza a las fuerzas armadas en Yucatán, otros estados y otros países. Estaríamos perdiendo de vista que toda policía tiene la función de preservar, mediante un aparato coercitivo que incluye tanto cárceles como toda clase de armas para el sometimiento, los intereses de la clase en el poder; es decir, de la burguesía. Dicho esto, de la policía es esperable cualquier cosa excepto que preserve el bienestar de la clase trabajadora, de los migrantes, de los sectores racializados de la sociedad, de los marginados… Tal y como los hechos demuestran. Es más: no solo no protegen su bienestar sino que atentan directamente contra él cuando la lucha organizada de estos sectores afecta los intereses de los capitalistas; recurriendo a la tortura, a la desaparición y al asesinato de sus líderes… O incluso sin ninguna razón, solo porque sí.


Mientras los explotadores tengan el poder del Estado, tendrán también a bajo su dirección a las fuerzas armadas, listas para cometer toda clase de atrocidades de forma impune. Por lo tanto, la solución al problema de la brutalidad policiaca, de la que han sido víctimas tanto José Eduardo como Victoria Esperanza y George Floyd, pasa necesariamente por el derrocamiento del sistema que la nutre: el capitalismo. Entre tanto, seguiremos exigiendo que se haga justicia a casos como el de José Eduardo, aún dentro de los márgenes de la legalidad burguesa. Pero no sin señalar que al mismo tiempo el pueblo trabajador tiene que comenzar a organizarse sólidamente para hacer frente a sus opresores.



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