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El culto de echarle ganas y ponerse la camisa: la precarización laboral juvenil romantizada

Por Jesús Hernández


Hoy en día, la juventud obrera y popular sufre un revés en cuanto a sus derechos laborales se refiere. Ya sea con las nuevas políticas anti obreras que se disfrazan de reformas laborales o de los atropellos a los que son sometidos por parte de las empresas al verse en la necesidad de trabajar a medio tiempo para poder sustentar sus estudios o apoyar en la economía del hogar. Si bien la precarización es generalizada, hay que distinguir que la que acompaña a toda esta nueva generación de trabajadores es un tanto más abierta y cruda.


Nuestra juventud, la juventud obrera y popular, se ve bombardeada en todos lados por la propaganda del consumismo y de concepciones aspiracionistas; las modas actuales de “superación personal” y de la “mentalidad de tiburón” no solo nos quieren vender la idea de que, en el capitalismo, todos tienen la oportunidad de volverse millonarios, sino que también nos ofrecen historias ejemplares donde los protagonistas, jóvenes de la clase obrera como nosotros y nosotras, están sumidos en la dinámica de estudiar y trabajar a la vez o emplearse en dos trabajos para sobrevivir; las historias de las personas de la tercera edad que trabajan en aplicaciones móviles de comida o de trabajadores que además de tener un empleo asalariado son “socios” de empresas de ventas como SHEIN o Tupperware para obtener ingresos extras. Todos estos son tomados como ejemplos de que “el que te vaya bien depende de ti”. Para la burguesía, todo lo ya mencionado no es más que un referente de normalidad y de esfuerzo individual para subsistir, pero la realidad es que no son más que sucios intentos de romantizar la precarización a la que somos sometidos día a día.


Cuando nos postulamos a un puesto para un empleo, ya sea de tiempo completo, medio tiempo o uno totalmente informal, nos vemos en comparación más “verdes” que un trabajador de edad madura. De esto se basan casi siempre para hacer reducciones de salario aun cuando firmamos un contrato ya que, en palabras de los patrones “¿para qué quieres el dinero si no lo necesitas? Sigues viviendo con tus padres”.


El hecho es que, si bien no contamos con la misma experiencia o condición que un trabajador ya experimentado, nos exigen más por menos. Esto también como una forma de hacer que los trabajadores jóvenes no tardemos mucho dentro de la empresa, pues es tal exceso de exigencia y migajas ganadas que nos vemos orillados a ir de empleo en empleo o, en todo caso, no nos revaliden el contrato cuando éste finalice. En ese caso nos vemos forzados a encontrar un empleo donde haya “menos explotación” aun cuando el salario pueda ser incluso más bajo. Pero ¡ojo! Con esto no queremos decir que la culpa la tienen los trabajadores mayores o que exista una brecha generacional entre ellos y nosotros. Eso es lo que la burguesía quiere para que no identifiquemos al verdadero culpable.


Ahora en los tiempos de pandemia que vivimos, esta dinámica de precarización se ha agudizado aún más, podemos observar cómo varios de nuestros compañeros fueron despedidos injustificadamente al declararse la emergencia sanitaria. Se demostró que la existencia del ejército industrial de reserva beneficia a la burguesía, ya que permite acentuar la actual romantización de la explotación laboral disfrazada como paradigma de la superación personal, haciendo creer a muchos jóvenes que recién entran a la dinámica laboral que “es una joda, pero al menos tengo dinero”.


En la búsqueda de empleo ya no solo nos exponemos la violencia que tantas formas tiene en nuestro día a día, sino que también ahora quieren presentar las muertes y los contagios como algo natural o que es culpa de quien “no se supo cuidar”. Esto último genera un sentimiento de apatía hacia nuestros compañeros trabajadores, sean estos jóvenes o adultos, de tiempo completo o medio tiempo, estudiantes-empleados y obreros, todos somos, a los ojos de los capitalistas, engranajes que a la mínima falla seremos removidos y reemplazados. Estas tácticas anti organizativas son las mismas que se reflejan en su hipócrita mensaje de “hecharle ganas” para salir adelante. Esto es imposible para nosotros que venimos de los sectores populares y de barrios obreros, pues debido a las condiciones materiales en las que crecemos, nos desarrollamos y desenvolvemos, es la misma sociedad capitalista y su Estado burgués quienes nos impiden hacerlo.


Cómo juventud estamos conscientes de ello, pues vivimos bajo la dinámica de la sociedad burguesa y vemos como nuestros compañeros y familiares son engatusados por la ambición capitalista y su propaganda. El objetivo de la burguesía detrás de todo esto es enajenar a nuestra clase y crear las condiciones para desmovilizar a quienes tengan reivindicaciones en contra de sus atropellos incluso antes de que levanten el vuelo, pues con ello, pintan a las y los jóvenes con un grado más elevado de conciencia como simples vagos que no quieren trabajar o como agitadores de baja estirpe amantes de la violencia.


La única vía para acabar con esta injusticia es la vía organizativa y revolucionaria. El cambio no se materializa de un día a otro, de ahí la necesidad de ir construyendo de forma organizada la alternativa revolucionaria. Al capitalismo le son inherentes las crisis económicas, sociales y culturales, al igual que la corrupción, la explotación e incluso la violencia de género. Si queremos acabar con todo esto, tenemos dos opciones: o la falsa vía de las reformas o la vía revolucionaria. La Federación de Jóvenes Comunistas apuesta a la segunda.



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