Por Roberto Grajales
El duelo, esa herida abierta que atraviesa a quien ha perdido algo o a alguien, es un acto profundamente humano. Es una pausa, una confrontación con el vacío que deja lo que se va. Sin embargo, en el capitalismo, hasta el derecho a esa pausa se nos arrebata. La clase trabajadora, no puede permitirse el lujo de detenerse a sentir. El duelo, bajo estas condiciones, no es más que otra carga que se lleva en silencio, oculto tras las jornadas laborales y las exigencias diarias. Aunque comúnmente asociamos el duelo a la muerte, las pérdidas pueden tener diversos orígenes, rupturas amorosas, desplazamientos por cambios laborales o de vivienda, enfermedades que disminuyen nuestra funcionalidad, entre otros.
Hablar de salud mental en este sistema es más una consigna de mercado que una verdadera preocupación por el bienestar colectivo. Las terapias, los medicamentos y los espacios para sanar son mercancías, disponibles solo para quienes puedan pagarlas. Mientras tanto, las y los trabajadores debe seguir adelante, empujados por la necesidad, negándose a sí mismo el tiempo para enfrentar su dolor.
Algunas teorías idealistas afirman que esto se debe a patrones de conducta que nos impiden expresar nuestras emociones, lo cierto es que, la clase trabajadora, encadenada a la maquinaria de la productividad, no tiene derecho a pausar, a sentir su dolor. Se espera que el trabajador, frente a la pérdida, siga siendo funcional, anulando su humanidad en favor de las demandas del mercado. En este contexto, el duelo, lejos de ser un proceso de sanación, se convierte en una carga invisible. Esta negación sistemática del duelo contribuye, además, a cifras alarmantes de suicidios.
En 2023, en México se registraron 8,837 suicidios, representando el 1.1 % del total de muertes. Esta fue la decimonovena causa de muerte a nivel nacional, con una tasa de 6.8 por cada 100 mil habitantes. Los estados de Chihuahua, Yucatán y Campeche encabezaron esta trágica lista, reflejando las profundas crisis emocionales y económicas que enfrenta la población.
Este panorama exige la implementación de un sistema de salud que priorice la salud mental de la clase trabajadora. Reconocer el derecho al duelo, el derecho a sentir y sanar no es solo un acto de justicia social, sino un paso indispensable hacia la construcción de un futuro más humano. El capitalismo nos niega el tiempo para llorar y reparar, pero es precisamente en la lucha por conquistar esos espacios donde reside nuestra esperanza de emancipación. Mientras luchamos para conquistar este derecho para la humanidad, nos tenemos a las y los camaradas.
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