Por Carlos Suárez
Jóvenes y adultos de la clase trabajadora, hombres y mujeres, hartos de la opresión que viven todos los días en todos los aspectos de su vida, inundando las calles con su presencia, gritando consignas llenas de coraje contra quienes son responsables de su situación; mientras más empeora ésta, más cruenta se vuelve su lucha; no tienen nada que perder, salvo sus cadenas, y por eso están dispuestos a organizarse y a hacer todo lo que tenga que hacerse para eliminar de una vez por todas la situación opresiva en la que viven. Este es el panorama que imaginamos cuando leemos las grandes experiencias de lucha revolucionaria de nuestra clase a lo largo de la Historia, y es el panorama que a muchos nos gustaría ver a nuestro alrededor. Y sin embargo, no es precisamente lo que vemos siempre en la realidad que nos rodea.
Existen muchos factores que pueden impedir a nuestra clase dar una respuesta combativa a una situación opresiva, y que varían de una situación concreta a otra. Entre estos factores encontramos que los factores subjetivos tienen una importancia decisiva, y el miedo, aunque no sea el más importante, es un factor muy común entre ellos, ¿A qué responde este miedo y cómo puede arrancarse de nuestras compañeras y compañeros?
En primer lugar, debemos entender que lo subjetivo, en cuanto representa un estado emocional, mental, psicológico, ideológico, que realmente existe en una persona, no se contrapone completamente a un estado de cosas que podríamos llamar objetivo; la subjetividad es más bien un aspecto de la realidad objetiva, el aspecto interno de los sujetos en cuanto a su psique. Es, por lo tanto, un aspecto que generalmente resulta difícil entender en su totalidad, pues, aunque quisiéramos, no podemos extraer las ideas, pensamientos o emociones de la cabeza de alguien para analizarlas, como si fueran un objeto. Sin embargo, sí podemos analizar las manifestaciones de esa psique, prestando atención, por ejemplo, a lo que quienes nos rodean expresan mediante la palabra. De gran ayuda será el interesarnos genuinamente por lo que sienten y piensan esas personas. Es importante charlar, establecer vínculos de compañerismo, de amistad, de confianza. Seguramente de esa forma llegaremos a conocer varias de las razones de esos temores anidados en las demás personas, así como muchas cosas más.
Un camino seguro al fracaso, cuando prevalece el desánimo, es llegar con las personas en cuestión llamándolas a la lucha con mil consignas para después reaccionar con frustración o enojo ante su falta de respuesta al llamado. Antes de llamar a la lucha es necesario conocer la correlación de fuerzas objetivas y subjetivas, para poder intervenir de una forma que corresponda realmente con las condiciones en que nos encontramos. Y si por alguna razón predominan los temores, será necesario llevar a cabo un acercamiento paciente, atento y cálido para que podamos conocer las fuerzas que lo sostienen e iniciar el trabajo de disipación de los miedos hasta donde sea posible.
Una definición común del miedo es la siguiente: “es una emoción basada en una intensa sensación desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o pasado” 1. Que se desencadene el miedo o no ante una determinada situación depende, partiendo de su propia definición, de la percepción que se tenga sobre esa situación. Y a su vez, tendríamos que mencionar que esta percepción se debe en gran medida a la experiencia (o falta de ella); siendo la experiencia uno de los componentes objetivos más importantes de la conformación de lo subjetivo.
La propia experiencia, tanto si se trata de una experiencia repetida en numerosas ocasiones como de experiencias únicas, forma el sustrato vivencial sobre el que se asienta el miedo. Una persona, dependiendo de la gravedad de los efectos negativos que haya experimentado, puede predisponerse ante la repetición de cierta clase de experiencia, incluso desde la primera vez. Pongamos un ejemplo concreto relacionado con lo que nos compete, que son las luchas sociales: alguien que en su primera manifestación o marcha resulta testigo de una fuerte represión contra los involucrados, o que incluso experimente tal represión en carne propia, pudiera desarrollar un miedo a participar en futuras manifestaciones. En este caso, es conveniente realizar un análisis concreto para saber cuáles fueron los motivos de tan dura experiencia. En no pocas ocasiones encontraremos que hubieron ciertos errores por parte de quienes se manifestaban, que quizá no midieron ciertos peligros. En tal caso, es importante señalar los errores a la persona en cuestión y hacerle saber que, con el suficiente cuidado y preparación, situaciones como esa pueden evitarse en un futuro. Más difícil será disipar el miedo si la persona ha pasado por la misma experiencia negativa en repetidas ocasiones; sin embargo, si el factor determinante fueron errores que pueden corregirse, estos miedos pueden disiparse de la misma manera, acaso de forma más lenta.
Pero la falta de experiencia, mezclada con cierto alarmismo proveniente del influjo de otras personas o de los medios de comunicación, también puede llevar al surgimiento de miedos. Esta situación suele ser común en contextos en los que las personas carecen de experiencia involucrándose en luchas sociales y en los que tampoco conocen a personas cercanas que se hayan involucrado. O, en otras palabras, cuando iniciamos un trabajo organizativo donde no lo hay ni lo ha habido en un tiempo relativamente largo. Podría ser este el caso, por ejemplo, de un centro de trabajo, una escuela, de una comunidad, de una ciudad o de una región entera. La disipación de esta clase de miedos necesariamente tendrá que ir de la mano de la práctica, de revertir la falta de experiencia. Y esto, requerirá de paciencia y constancia. De paciencia para comprender que nuestros compañeros y compañeras no se desprenderán de sus temores a la primera, y de constancia para llevar a cabo un trabajo recurrente con ellos que asegure que vayan desarrollando experiencia, aunque sea de poco en poco, y con tareas y acciones pequeñas en un principio. Puede que estas personas no estén dispuestas a lanzarse a las calles en un primer momento, pero quizá sí estén dispuestas a participar en talleres, círculos de discusión, o actividades culturales. Quizá después se interesen en organizarlas ellas mismas e invitar a conocidos suyos. Y quizá de esos espacios vaya surgiendo la voluntad de llevar a cabo acciones de mayor envergadura. De nosotros dependerá que sepamos encauzar los ánimos hacia ello, a partir de saber intervenir de las formas y en los momentos adecuados.
¿A qué se debe el miedo de una determinada persona o de un determinado grupo de personas? ¿A la experiencia o a la falta de experiencia? Eso es un asunto que debe buscar conocerse a la brevedad posible, pues nos permitirá afrontar la situación correctamente. En todos los casos son vitales la comprensión, la empatía y la cercanía con los demás.
Sin embargo, con todo y que logremos disipar ciertos temores que llevan a la desmovilización, también es necesario reconocer que el miedo estará permanentemente presente de una u otra forma, pues, a final de cuentas, los riesgos de involucrarse en una lucha social son reales, y cuando la lucha se vuelve más aguda, los riesgos se magnifican sustancialmente; la clave radica en saber dimensionar en su justa medida tales riesgos en circunstancias concretas, para no exagerarlos pero tampoco subestimarlos. Dicho esto, nuestra meta no puede ser erradicar por completo el miedo, pues resulta incluso importante para preservar nuestra propia integridad en situaciones verdaderamente peligrosas. Quienes nos encontramos luchando frecuentemente sentimos miedo, tememos por nosotros y por los demás; pero sabemos que los riesgos son inevitables en este camino y estamos dispuestos a afrontarlos, pues cualquier cosa que podamos perder palidece ante todo lo que podemos ganar — y de verdad sabemos que podemos ganarlo, pues la experiencia y la historia nos respalda. Nuestra meta es vencer el desánimo, la desmovilización.
Que quede esto como una reflexión, ojalá de utilidad, para saber cómo actuar en situaciones en las que el temor es un factor importante que impide la movilización. Pero, como ya se indicó al inicio, el temor no suele ser en general el factor más importante cuando intentamos explicar una situación de desmovilización generalizada, más allá de ciertos individuos o grupos en situaciones muy concretas. Ante todo, nos importan los factores políticos e ideológicos. Y para poder identificarlos, es necesario caracterizar en primer lugar el tipo de gestión capitalista con que nos encontramos y sus formas de penetración entre las masas.
Referencia
1 - Psicología del miedo. Alexa Daza y Samuel Ángeles (2021). Boletín de la Universidad de Granada. Universidad de Granada.
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