El peso del abuso en una sociedad de clases
- chaksaastal
- hace 3 días
- 2 Min. de lectura
Por: Luna Grajales.

Vivimos en una sociedad donde, ante cada denuncia de abuso o acoso, la mirada pública no se dirige al culpable, sino a la víctima. Se le interroga, se le juzga, se le culpa. ¿Qué llevaba puesto? ¿Por qué no habló antes? ¿Por qué estuvo sola con él? ¿No será que exagera? Esta lógica, profundamente enraizada al capitalismo, en donde las mujeres son vistas como una mercancía más, no es un accidente cultural; es una necesidad, un castigo, para sostener la opresión, la subordinación de las mujeres y la impunidad del orden burgués.
Este fenómeno no puede, ni debe analizarse separado de la lucha de clases. Los mecanismos de dominación del capital requieren la sumisión de las mujeres, especialmente de las mujeres de clase trabajadora. No basta con explotar su fuerza laboral; también se explota su cuerpo, su tiempo, su cuidado no remunerado. En este orden de cosas, cuando una mujer denuncia un abuso, se enfrenta no solo a su agresor, sino a un orden jurídico que la señala por haber estado fuera de su rol dentro de la reproducción del capital.
Por otro lado, cuando el agresor, tiene alguna posición política o empresarial, no solo abusa porque puede, sino porque sabe que será protegido. La justicia burguesa, hecha a la medida de los intereses de la clase dominante, es ciega ante el sufrimiento de las víctimas cuando ese sufrimiento amenaza al capital. Se cubren entre ellos: medios de comunicación que silencian, jueces que absuelven, empresarios que despiden a la víctima y ascienden al abusador. No es solo machismo: es un sistema de clases.
La mujer obrera que denuncia a su jefe, la estudiante que habla contra su profesor, la trabajadora doméstica que señala al patrón: todas son invisibilizadas, desmentidas, vilipendiadas. La pregunta nunca es por qué el agresor lo hizo, sino por qué la víctima lo permitió, como si la violencia fuese una decisión.
En sociedades capitalistas, el cuerpo femenino es un bien de consumo, y su palabra, un estorbo cuando desafía ese consumo. Pero desde el socialismo científico sabemos que no hay verdadera liberación de género sin abolición de las clases. El feminismo que no cuestiona la propiedad privada, que no confronta al capital, se queda corto. Necesitamos analizar la cuestión de la mujer desde una perspectiva de clase, uno que entienda que la violencia de género es parte esencial del capitalismo, y que no se resolverá con campañas morales sino con la transformación radical de la sociedad.
Combatir este sistema implica señalar al verdadero enemigo: la burguesía. Es necesario construir un poder popular que no solo castigue al culpable individual, sino que destruya las condiciones que le permiten ser impune. Solo en una sociedad sin clases, donde la justicia no esté al servicio del dinero, podremos garantizar que la voz de la víctima no sea silenciada por el estruendo de la riqueza ni por los ecos del poder masculino. Hasta entonces, cada silencio impuesto será un crimen. Cada abuso sin justicia será una deuda pendiente de la revolución.
Comments