Por André Torres - Agrupación Multiversal
(Ponencia presentada en el Foro por la dignidad y la resistencia contra los megaproyectos llevado a cabo el pasado 20 de diciembre de 2020).
El impacto del comercio de la ruina en la práctica capitalista neoliberal estructuró a un disimulado espacio mercantil inmaterial en donde el motor económico primario es la venta de lejanías basadas en la idealización del pasado. De esta manera lo intangible, ahora con carga histórica, adquiere un valor monetario cuantificable. En consecuencia, el mercado interno se vuelve individual —radica en el imaginario unipersonal—, se privatiza excesivamente dentro de la psique y la materia prima explotada se vuelve la identidad.
La cultura como un abstracto incorpóreo adquiere la cualidad de producto. Su importancia en el flujo de capital es la de su historia y su relación en la conformación de los individuos. Por ello, todo megaproyecto del nuevo liberalismo propone una reestructuración de la identidad, esto a causa del uso de la misma como principal agente unificador de la ideología capitalista. Es decir, la cultura se delimita para generar una identidad regional que se pueda vender en el intercambio con otras.
Por tanto el comportamiento social también se desarrolla alrededor de la misma — esto por su inherencia a los sujetos—. Entonces la sociedad se vuelve un agente de ventas. Un burócrata encargado de promocionar a la identidad regional a empresarios que puedan invertir en la quimera del desarrollo. Aquellos que no puedan venderla no generan capital. El caso más notorio de este acontecimiento son los fraccionamientos de la periferia cercanos al aeropuerto internacional “Manuel Crescencio Rejón”, con los mayores índices de marginación, pobreza y prostitución.
Para mantener el constante consumo ideológico, ahora orientado al patrimonio y al pasado idealizado, los estados participantes se verán en la necesidad de utilizar al acervo histórico como un agente de industrialización y economía, por tanto, la información perderá su carácter singular y se volverá una nueva clase de archivo: una colección privada regulada por los monopolios y consumida por quien la venda mejor.
La interconexión cultural promovida por el desarrollo del “Tren Maya” mediada por la economía neoliberal —disfrazada de turismo— explotará la creciente demanda patrimonial del consumo de cultura. Esto conforma al siguiente condicionamiento: la identidad cultural no solo debe adquirir la cualidad de mercancía para poder existir, sino que también debe ser capaz de ser producida en masa de forma que pueda satisfacer al mercado ideológico propio del capitalismo.
Dentro del neoliberalismo la cultura es el lucro de la ideología. El panorama no podría ser más grotesco: las personas en estado de precariedad ahora viven cerca de las vías del tren con la esperanza de conseguir un trabajo en el proyecto de unificación regional. Mientras, sobre el mirador de la cultura, se aprecian las nuevas entradas de inversiones extranjeras y el paisaje estético neo-maya en donde los siervos, cansados, se enorgullecen de trabajar por el patrimonio.
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