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Inteligencias artificiales: ¿ha llegado la hora final del arte?

Por: Carlos Suárez.



En estos últimos meses hemos podido atestiguar con gran asombro las capacidades creativas de una serie de inteligencias artificiales, capaces de crear de la nada impresionantes imágenes a petición de sus usuarios. No importa qué tan absurda sea la situación planteada, la inteligencia artificial creará una imagen. Como ocurre con todo avance tecnológico bajo el capitalismo, así como éste abre posibilidades productivas para facilitar las tareas cotidianas de la humanidad, traerá consigo, de manera inevitable, una serie de problemas vinculados, entre otras cosas, con el desplazamiento laboral de masas de trabajadores y trabajadoras.


Antes que nada, no podemos desvincular la producción artística de la sociedad en que se produce. Una buena parte de las más grandes obras artísticas de la humanidad han sido realizadas por encargo de poderosos mecenas, con suficiente dinero para pagar por todo el trabajo que los artistas invirtieron en crear tales obras. No podríamos pensar en una época de tan mayúscula importancia para el arte como lo fue el Renacimiento sin considerar las fortunas que financiaron incontables pinturas, esculturas y edificios. En cada pincelada, cincelada y ladrillo podemos ver materializadas fortunas de familias como los Médici.


Hoy en día, no cabe duda de que los burgueses siguen siendo los mejores clientes para un artista que busque cobrar jugosamente: millonarios amantes del arte que pueden darse el lujo de llenar sus mansiones con exquisitas obras de los más talentosos artistas. ¿acaso puede una obrera que gana menos que el salario mínimo adquirir una obra artística? ¿puede un albañil encargar un retrato de toda su familia a algún prestigioso pintor? La clase obrera, en el mejor de los casos, ha tenido que conformarse para disfrutar del arte pictórico de alto nivel técnico con la compra de imitaciones impresas que puede adquirir en alguna tienda de productos de origen chino.


Lo anterior quiere decir que la manera en que estos avances tecnológicos influyan en la sociedad y en el arte, dependerá en gran medida de la voluntad de la clase actualmente dominante. De entrada, podemos descartar que los burgueses amantes del arte decidan reemplazar el talento de artistas expertos en sus áreas con imágenes creadas por inteligencias artificiales. Y es que el arte no deja de ser en esencia un acto comunicativo estrictamente humano. Lo que tenemos en una obra es la plasmación de emociones, vivencias, ideas, historias e intenciones inseparables de los seres humanos que crean esa obra. Podríamos entender una obra de arte pictórico como un acto de codificación del ser, en el que los colores, las formas y los elementos expresan determinados aspectos de la persona que crea ese arte. Otro aspecto de la expresión artística sería el acto de decodificación de las obras, dado por la apreciación de personas ajenas a su creación, que incluye la crítica artística, la valoración de las intenciones del artista. ¿Qué emociones, conflictos e historias podríamos encontrar al hurgar en el algoritmo de una inteligencia artificial que fabrica una imagen? Ninguno, pues en todo caso lo que encontraremos serán a final de cuentas esquemas de abstracción, interpretación y diseño puestos ahí por humanos o extraídos del procesamiento de experiencias o productos humanos. ¿Qué valor tiene, pues, como artista una inteligencia artificial? Ninguno. Quien conozca y valore el arte, en ningún momento pensará en desplazar al humano por una IA, aunque indudablemente posea un poderoso valor técnico, como herramienta.


Pero, por otro lado, existe un uso instrumental del arte, vinculado a la satisfacción de necesidades inmediatas. De una parte, nos encontramos con las necesidades de la producción capitalista: la mercadotecnia es fundamental para los negocios, y el diseño es fundamental para la mercadotecnia. Actualmente, existen puestos de trabajo para artistas gráficos, quienes se encargan de elaborar ilustraciones y todo tipo de elementos para cubrir las necesidades de las empresas. En este ámbito, no importa el detalle de la obra sino la obra en su conjunto. Si lo que necesita la empresa es un gato con un sombrero comiendo una hamburguesa, nada importan las intenciones ni ideas ni vivencias de la persona ilustradora, ni cómo eso pueda plasmarse de forma gráfica; lo que se necesita es una imagen atractiva que redunde en el cumplimiento de objetivos específicos para la empresa. Es completamente esperable que con la reducción de costos en el uso de las inteligencias artificiales las empresas recorten puestos de diseñadores gráficos y prefieran usar imágenes creadas en un instante por una IA. Lo mismo pudiéramos pensar con la música en un futuro cercano: a una empresa no le importan las intenciones del compositor ni sus emociones, sino lo que le importa es tener un jingle pegajoso para sus campañas publicitarias, por lo que probablemente prefiera usar una IA que contratar a un compositor. Aún así, llegará el punto en que el uso de IAs por sí solo dejará de ser suficiente para la acumulación capitalista, pues si todas las empresas las usan, el diseño dejará de ser un factor de competitividad. Bajo ese panorama, se recuperarán algunos puestos de diseñador o se crearán puestos especializados en el manejo de IAs, para obtener resultados mucho más precisos.


Además de las necesidades de la burguesía, también se encuentran las necesidades de consumo estético de la población en general. Si de lo que se trata es de tener imágenes bellas a disposición, probablemente una IA podría cumplir con eso sin problema. No nos sorprendamos si surgen empresas que comercien con diseños elaborados por completo por IAs, con productos orientados a la decoración de interiores, por ejemplo. Aunque, como toda innovación tecnológica, no todas las empresas podrán disponer de esos nuevos avances y competir en ese mercado, quedándose rezagadas. Por otro lado, las IAs también podrían tener también un uso pedagógico para crear ilustraciones de procesos de la naturaleza que faciliten su comprensión. En todos estos casos, lo que importa, nuevamente, no es lo artístico de esas obras si no el cumplimiento de una función, la satisfacción de una necesidad concreta. En cualquier tipo de sociedad, este uso de las IAs facilitaría ciertas tareas. Bajo el capitalismo, esto llevará al despido de trabajadores, como cualquier nuevo avance tecnológico que aumente la productividad. Pero en una sociedad socialista, el que las IAs cumplan este tipo de tareas simplemente significaría que la sociedad podría liberar energías y fuerza de trabajo de un ámbito para poderlas enfocar en uno nuevo, sin que ninguna persona pierda su sustento ni la capacidad de contribuir al desarrollo de la sociedad.


Finalmente, el arte no se trata solo de apreciación, sino precisamente de creación. En el acto de crear una obra humana se satisfacen necesidades humanas imposibles de satisfacer de otra manera. Es el despliegue del propio ser, tanto individual como colectivo, su materialización mediante el dominio de técnica, adquirido solamente tras incontables horas de práctica consciente, de trabajo. No por nada se le considera al arte, junto a la ciencia, una de las más elevadas expresiones del espíritu humano. Sin embargo, hacer arte es algo de lo que se encuentra privada la mayor parte de la humanidad hoy en día. No hacen falta IAs para privar al pueblo trabajador de la creación artística. No hacen falta IAs para reducir el arte a un lujo cuyo disfrute es minoritario en la sociedad. Los problemas de este avance tecnológico no vendrán del avance en sí, pues, sino de la manera en que se vinculan con el carácter de clase de la sociedad. Renunciar al arte y reemplazarlo por un avance de la tecnología es algo que la burguesía puede hacer para el provecho de sus negocios, pero ¿cómo podría la mayor parte de la humanidad renunciar algo de lo que actualmente carece?

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