Por Carlos Suárez
El emprendedurismo aparece hoy en día como la panacea contra todos los males que nos aquejan económicamente, se presenta como la antítesis del trabajo asalariado, al cual todos relacionamos —no sin razón— con explotación y esclavitud, sin embargo, sería ingenuo pensar que cualquier persona puede librarse de las cadenas de la precariedad a base de puro empeño e ingenio.
En primer lugar, es necesario desmenuzar lo que se entiende por emprendedor o emprendedora. De manera simple, podríamos decir que un emprendedor es alguien que inicia un negocio. A su vez, podríamos definir un negocio como la actividad que rinde un beneficio económico a quien la realiza. Dicho esto, resulta notable que casi cualquier actividad y casi cualquier persona podría ser emprendedora, a final de cuentas, no es un término que refleje la situación material de las personas, sino que hace referencia sobre todo a cualidades de la personalidad tales como: la creatividad, la perseverancia y la capacidad para sobreponerse a las dificultades. Al mismo tiempo, este término también hace referencia al hecho de que la persona en cuestión no responde a una autoridad superior, pues “es su propio jefe”.
De manera engañosa, con base en lo anterior, podríamos calificar tanto a Mark Zuckerberg (Dueño de Facebook) como a don Jesús (que tiene un puesto de tacos) como emprendedores por igual, en tanto ambos tienen un negocio, son creativos, se esfuerzan y se sobreponen a todo tipo de dificultades. Es claro que la cuestión de clase queda enterrada en un análisis tan superficial como éste. Mientras que un burgués como Mark Zuckerberg vive apropiándose del trabajo de más de 70 000 personas al ser dueño de una gran empresa, don Jesús vive exclusivamente de su propio trabajo y del de su esposa, con lo que también deben mantener a sus hijos, es decir, objetivamente don Jesús no es un burgués como Zuckerberg sino que es un trabajador por cuenta propia.
Un trabajador por cuenta propia es una persona que vive empleando su propia fuerza de trabajo, bien puede tratarse de una profesora particular, de un chofer, de un plomero o de una niñera. También podríamos calificar como trabajadores por cuenta propia a quienes se dedican a la preparación y venta de comida o de otros artículos como ropa, que incluso pueden haber sido confeccionados por ellos mismas. Si analizamos desde este punto de vista su situación, nos daremos cuenta de que una gran cantidad de personas a quienes se denomina o que se autodenominan emprendedores, objetivamente, son trabajadores por cuenta propia, quizá posean herramientas de trabajo, pero lo cierto es que viven del autoempleo. Puede que en algunos casos posean (o renten) algún pequeño establecimiento, pero, por sí solo, eso no cambia su situación. Evidentemente, al no ser empleados de alguien, bien pueden decir que “son sus propios jefes”; sin embargo, es claro que “ser tu propio jefe” no es sinónimo de bienestar ni mucho menos de riqueza, como prometen los ideólogos del emprendedurismo. Por el contrario, para la mayor parte de la población, desprovista de todo medio de producción, el “ser sus propios jefes” es sinónimo de vivir al día, en la total incertidumbre, pues no saben si a lo largo de su jornada lograrán reunir siquiera el sustento necesario para ese día, y ni hablar de la ausencia práctica de derechos laborales para estos sectores.
Aun así, muchos cuentapropistas (especialmente jóvenes) insisten en llamarse emprendedores para distinguirse de otros cuentapropistas con oficios de no tanto prestigio, por más que su situación sea objetivamente similar. Los ideólogos del emprendedurismo dirían que ser emprendedor es mucho más que tener un negocio, pues, según ellos, para ser emprendedor se requiere iniciativa, inteligencia, pasión y ambición. He ahí la fortaleza ideológica del concepto. ¿Por qué alguien querría autodenominarse “cuentapropista” cuando puede llamarse a sí mismo “emprendedor” y de paso marcar su distancia con respecto a otras personas —al parecer— menos creativas, menos inteligentes y menos disciplinadas?
Y es esta misma ideología burguesa, que se ha logrado introducir en el pensamiento de una gran cantidad de adultos y jóvenes de extracción obrera y popular, la que contribuye a entorpecer esfuerzos organizativos. La precariedad es tomada como un mal necesario, inevitable, en el camino hacia el éxito y la riqueza. Las fantásticas historias de superación personal vendidas por la burguesía enaltecen el sufrimiento producto de dificultades económicas, pues se asegura que después de ello vendrá la abundancia. Miles de trabajadoras y trabajadores, sin seguridad social, con jornadas extenuantes y sin ninguna garantía en cuanto a sus ingresos, poseen la ilusión de que siguiendo por ese camino eventualmente alcanzarán sus sueños de grandeza. Y al mismo tiempo, bajo ese manto de ilusiones, muchos proletarios abandonan sus precarios trabajos para lanzarse a “ser sus propios jefes”; por lo general, sin que sus ingresos cambien sustancialmente y perdiendo sus pocas prestaciones laborales que aún tenían (vacaciones, aguinaldo, incapacidad, etc.).
Eso no quiere decir que el emprendedurismo sea sinónimo de precariedad, sin embargo, debemos ver esta cuestión de forma clasista. No es igual la situación de un trabajador por cuenta propia que la de un pequeño burgués que también puede llamarse a sí mismo emprendedor. Una gran cantidad de emprendedores son, de hecho, pequeños burgueses. Ellos poseen un capital y, teniendo un número variable de empleados, también se apropian de los frutos del trabajo ajeno, con todo y que frecuentemente ellos mismos laboren a su lado. Y más aún, existen emprendedores con capitales mucho más grandes; o sea que podemos encontrar emprendedores de todas las capas de la burguesía… y de todas las clases. Se trata de un término, pues, que resulta inútil para comprender de manera certera la realidad, pero que, al mismo tiempo, es eficaz para diluir la identidad de clase.
La burguesía ha hecho del emprendedurismo un arma ideológica para mantener a la clase trabajadora y a los sectores populares desorganizados, nos ha hecho sentirnos burgueses y aspirar a ser burgueses, haciendo que olvidemos la clase a la que realmente pertenecemos, nos han querido lavar el cerebro con la intención de que abandonemos nuestra organización como clase para emprender la lucha colectiva por nuestros intereses de clase, han querido que sustituyamos la lucha colectiva por el esfuerzo individual al mismo tiempo que nos han hecho creer que somos nosotros los culpables de las condiciones miserables en que vivimos “por no esforzarnos los suficiente”, cuando en realidad la culpable es la burguesía que nos exprime hasta los huesos pagándonos salarios irrisorios y apropiándose de todo lo que producimos.
La solución a nuestros problemas económicos no está en un “cambio de mentalidad” como nos dicen los burgueses, afirmando que la raíz de nuestros problemas es nuestra “mente de pobre”, no necesitamos charlas de emprendimiento y de “actitud positiva”, lo que necesitamos es luchar por salarios dignos y condiciones de trabajo dignas; por la mejora de nuestras prestaciones laborales; por la reconquista de nuestro derecho a la jubilación; por la desaparición de jornadas laborales superiores a las 8 horas. La solución está en nuestras manos, sí, pero no exclusivamente en las dos manos que poseemos cada quien, sino en las millones de manos que pertenecen al proletariado, quienes movemos al mundo y quienes conformamos la gran mayoría de la sociedad. Frente al gran puño colectivo de nuestra clase, no hay batalla que no podamos ganar.
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