La infeliz búsqueda de la felicidad
- chaksaastal
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Por: Hiram Quintero.

Buscar la felicidad, el bienestar y el placer se ha vuelto una meta de las nuevas generaciones de jóvenes, sobre todo los que provenimos del proletariado, resultado de todas las carencias y preocupaciones que arrastran por su extracción de clase. Pero no es casualidad que la burguesía promueva este bienestar a través de la salud mental o, para ser más precisos, de la así llamada “Ciencia de la felicidad”, que postula que cada persona desde los individual puede alcanzar la felicidad.
No obstante, aunque esta corriente fue vista como novedosa hace algunos años, dado el impulso que el posmodernismo le dio, hoy cuando menos habría que poner en duda sus postulados y promesas cuestionables al no sustentarse en la evidencia material, como exige la verdadera ciencia.
La tristeza y la felicidad como decisión individual
Lo primero que habría que analizar es lo individualista que son algunas “propuestas” para alcanzar la felicidad. Existe una serie ideas sobre alcanzar la felicidad, sintetizadas en esta frase: “si estás triste es porque quieres”, ignorando las causas externas que pueden influir en los estados de ánimo, como la precariedad, la falta de empleo, la violencia entre otras.
De esta forma, la responsabilidad de su felicidad recae completamente en el individuo, por lo que si no consigue ser feliz y pleno es porque “no gestiona sus emociones”, “no trabaja su autoestima”, “no medita los suficiente”, “no asiste a terapia las veces necesarias”, etc. Así, según esta lógica burguesa, el individuo no solo tiene que encargarse de sus necesidades materiales (comida, techo, vestido, etc.), también debe dedicar el poco tiempo que le queda después del trabajo y el poco dinero que pudiera sobrarle después de sus gastos para hacer meditación, pagar un profesional de la salud mental, ir a talleres de manejo de emociones, etc. El proletario, al no lograrlo, tiende a sentirse frustrado y crece en él una sensación de fracaso personal.
Esta concepción individualista que la burguesía siembra a través de los medios de comunicación, la academia y otros aparatos ideológicos en su poder, construye la concepción de que, si ser feliz es una opción alcanzable por los propios medios, entonces el sufrimiento y la tristeza también son elecciones del individuo. El modo de producción capitalista, la constante explotación, la incertidumbre por el futuro en las masas proletarias, no tienen ni un ápice de culpa en ello, sino una “mala gestión emocional” del individuo.
Lo cierto es que nadie decide ser infeliz y las emociones no son elegidas, sino que son una respuesta biológica, que confiere cierto color a las acciones realizadas, además que tiene un fuerte componente social por lo que no pueden ser entendidas sólo desde el propio individuo, olvidando su contexto, mucho menos haciendo a un lado las condiciones materiales en las que el individuo se desenvuelve.
“Empleados felices, empleados productivos”
La felicidad es algo que todos los trabajadores perseguimos, tanto en nuestras vidas como en nuestros centros de trabajo, Por ello, la felicidad, aunque sea una felicidad falsa, se ha vuelto la emoción más mercantilizable en el capitalismo. Esta falsa sensación de felicidad se ha considerado positiva y deseable para la burguesía por varias razones.
En primer lugar, postula que los trabajadores “felices”, al ser más optimistas, serán más productivos, tanto en la capacidad y la velocidad en la que producen, como en su capacidad para encontrar formas de resolver problemas de manera “autónoma”, es decir, sin la necesidad de la presencia de la burguesía en los centros de trabajo, recargando esta labor, indeseable y tediosa para la burguesía, en elementos especializados como supervisores, gerentes, coordinadores, etc.
En segundo lugar, este falso optimismo sirve para que el proletario ignore la realidad y se encamine hacia objetivos irrealizables, aun a costa de sacrificar horas fuera de la jornada laboral, con tal de hacer todo lo posible para mantener contentos a sus explotadores. “Si a la empresa le va bien, nos va bien a los trabajadores”, es una frase común entre la clase obrera, contagiada por la “ciencia de la felicidad” impuesta por la patronal en sus centros de trabajo. Vemos día a día como la productividad avanza gracias a la innovación y tecnología que hacen posible el mayor aprovechamiento la fuerza de los trabajadores, pero no existe un aumento en los salarios, más que la ganancia mínima para sobrevivir.
Por último, a los ojos de la burguesía, un empleado “feliz” no deja espacio para las quejas, dudas, críticas o emociones valoradas como negativas propias del cansancio laboral, los bajos salarios, las condiciones precarias de trabajo, la falta de derechos y prestaciones, ni mucho menos, para la necesidad de organización que les enfrente.
De ahí que la patronal constantemente implemente una serie de estrategias para mantener “felices” a los trabajadores. Pero, desde luego, que esas estrategias nunca significarán un aumento salarial, más prestaciones o el respeto a los derechos elementales para la clase obrera, pues esto significaría atentar contra las ganancias de la burguesía. Estas medidas se reducen a la aplicación de la “ciencia de la felicidad” aplicada en el terreno laboral: cursos de “pensamiento positivo”, “control de emociones” y otras patrañas de las que hemos hablado más arriba. Estas estrategias empresariales, como no podían ser de otra forma, se vuelven solo un placebo que da una cierta sensación de control sobre las emociones y de realización personal temporal, muchas veces a costa de la salud física y mental de los trabajadores.
Pero resulta natural que la sensación individual de la “realización personal” en la productividad no va tener efectos en la felicidad del proletario si sus condiciones de vida siguen igual o, como es la normal en la tendencia capitalista, cada día peor. La felicidad de la clase obrera no viene porque la patronal se enriquezca, ni porque la productividad, de la que el trabajador no disfruta en lo absoluto, aumente. Si la clase obrera sigue padeciendo hambre, bajos salarios, pocas horas para el descanso, entre otras cosas, tarde o temprano esta “felicidad” se revelará como lo que es: una forma de control de la clase obrera por parte de la patronal.
Por otro lado, esta sobre exigencia del proletariado para “ser plenos” a base de la sobre explotación terminará teniendo otras consecuencias en el individuo: fatiga constante, problemas de salud, estrés, falta de ánimos, mala alimentación, etc.
Todo ello acarreará otra calamidad, común entre ciertos sectores de la clase obrera: la adicción a drogas y otros inhibidores de sentimientos “negativos”, tanto para aguantar la explotación como para encontrar otras falsas formas de alcanzar la felicidad. ¿Cómo aguantar más horas de trabajo? ¿cómo vencer esa sensación de vacío y falta de conexión que producen horas de cansancio? Si bien las sustancias pueden producir un placer temporal, tienen un costo crónico en la calidad de vida y en la salud de la clase obrera.
La crisis de la soledad
Al existir esta falsa valoración de que hay emociones positivas y negativas, se cae en una dicotomía que aleja más al trabajador del mundo real: ¿por qué habría que tener contacto con un familiar con depresión? ¿por qué habría que estar informados de las noticias si causan emociones negativas? ¿por qué escuchar los problemas de alguien que no quiere soluciones prácticas y rápidas si no solo ser escuchado?
La lógica del mercado deshumaniza a las personas, encerrado a los individuos en una burbuja, donde no hay espacio para escuchar ni querer entender el dolor o los problemas de nuestros hermanos de clase, fomentando un desdén por la solidaridad.
Esto da como resultado una lógica mercantil, que termina por considerar las relaciones personales desde el costo-beneficios que nos pueden producir, el individuo se vuelve propenso a valorar la relaciones que pueden producir una ganancia económica, que aporten a su vida, fomentando relaciones superficiales, frágiles y desechables.
Así, la amistad, la fraternidad, la solidaridad y la camaradería, son sustituidos por relaciones entre individuos, sean de amistad o de pareja, en las que las personas son vistas como recursos de consumo, las cuales pueden ser desechadas, como cualquier otra mercancía, al aparecer inconvenientes propios de una relación.
El refugio en las fantasías estériles
Esta falta de contacto con el mundo real, es lo que crea una serie de fantasías, sueños y metas de una juventud actual, pero que, sin embargo se caracterizan por ser, en su mayoría, irrealizables.
La maquinaria ideológica de la burguesía nos vende el estereotipo burgués de lo que es, según ellos, la verdadera felicidad. En todos lados, nos bombardean con el discurso de que hay que trabajar en exceso para, algún día, ser nosotros mismos burgueses, hombres de negocios que, al igual que los arquetipos presentados, llegaron al éxito empezando “desde abajo”, con mucho dolor y sacrificios, pero con gran “optimismo”. Ese es el concepto de felicidad que la burguesía nos presenta, el cual tiene un elemento de verdad y uno de falsedad: sí es solo la burguesía la única que puede alcanzar la felicidad en el capitalismo, pero no fue por el sacrificio al que se nos condena como proletarios, sino, precisamente, resultado de la explotación y la apropiación del trabajo ajeno.
La realidad nos demuestra que, por más que el individuo se esfuerce en su crecimiento personal y en su búsqueda personal de la felicidad, todas las alternativas que para ello se nos presentan, solo sirven a los intereses capitalistas de acumulación. El proletariado nunca podrá alcanzar la felicidad plena y completa mientras viva bajo el capitalismo.
A su vez, esa falsa perspectiva de felicidad tiene otro efecto, tal vez el más preciado por la burguesía. Como hemos dicho, se nos ha prometido que se puede crear un mundo mejor solo desde la propia voluntad individual. Esta obsesión por el “mundo interior propio” no deja la posibilidad de impulsar transformaciones radicales a la raíz del problema, es decir, al modo de producción capitalista y la superestructura que sobre él se levanta, mucho menos en la organización colectiva para tal fin. Así, la individualización de la búsqueda de la felicidad, o, peor aún, la idea de que la felicidad es alcanzable en el capitalismo, cierra las puertas a una perspectiva revolucionaria, a la perspectiva del derrocamiento violento y absoluto del modo de producción que nos niega la felicidad: el capitalismo.
Conclusión
Lo dicho hasta ahora no pretende ser una postura en contra de la legítima búsqueda de felicidad que constantemente emprende el proletariado. Tampoco menospreciar la importancia de la salud mental. El propósito de lo expuesto hasta ahora, como se mencionó más arriba, es cuestionar la parafernalia con que la burguesía enmascara la justificación de la explotación asalariada, disfrazándola del ideal de lo que es ser feliz según su moral.
Pero para los proletarios, ese ideal no encaja, no se corresponde ni con nuestras condiciones de vida actuales ni con nuestras aspiraciones emancipatorias a futuro. Para el proletariado, la búsqueda de la felicidad no es algo que se reduzca a la mera responsabilidad individual de conseguirla o no, porque entendemos que no depende de la mera voluntad individual, pues la falta de felicidad actual para nuestra clase es el resultado de causas materiales concretas que rebasan la individualidad: la incertidumbre en el futuro, la perspectiva de una guerra que condene a la humanidad a su destrucción, el hambre, la explotación, la falta de acceso a la vivienda, la educación y la salud, el poco tiempo de descanso, ocio y recreo, así como la imposibilidad de pasar tiempo con nuestros seres queridos por estar atados a jornadas de trabajo excesivas, etc. En otras palabras, es el modo de producción capitalista el causante de la tristeza y el desánimo hacia la vida en general que padecen las nuevas generaciones de jóvenes.
Para nosotros, la felicidad está estrechamente vinculada con una lucha colectiva y revolucionaria por una sociedad que plenamente pueda garantizar la felicidad, no solo para unos cuantos, sino para toda la clase trabajadora. No obstante, no negamos nuestra naturaleza humana, comprendemos que también podemos sentir enojo, ira, tristeza y otros sentimientos considerados como negativos en general. Pero también esos sentimientos “negativos”, bien canalizados, pueden llegar a ser un combustible para la lucha revolucionaria. Es precisamente el enojo por nuestras condiciones de vida, la tristeza por la injusticia que sufre nuestra clase y el odio a la clase explotadora los sentimientos que pueden empujarnos a no solamente lamentar nuestra situación y contemplar el dolor del mundo, sino a tomar partido, organizarnos y luchar por una sociedad en donde las condiciones para la felicidad estén plenamente garantizadas a través de unas condiciones materiales que la propicien: el socialismo-comunismo.
Los ejemplos históricos están ahí. Encuestas contemporáneas señalan que los ciudadanos de países en donde se construyó el socialismo vivían más plenamente, con mejores condiciones para disfrutar su vida, sin la preocupación de quedarse sin trabajo, perder su hogar, no poder dar educación a sus hijos, etc. Esas son las condiciones materiales que pueden asegurar la felicidad de la clase obrera. Por tanto tenemos una de dos opciones: sumergirnos en el dolor constante que nos produce este sistema, resignándonos a vivir para siempre así; u organizarnos para hacer añicos al capitalismo y alcanzar la felicidad a través del Poder obrero revolucionario, pues algo tenemos seguro: la felicidad no vendrá de ninguna estratagema de la burguesía para mantenernos aletargados con una falsa sensación de felicidad momentánea, solo nosotros como clase la podremos alcanzar en una sociedad nueva.
REFERENCIAS:
Cabanas, E., & Illouz, E. (2019). Happycracia: Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas. Barcelona: Paidós.
Postman, N. (2006). Divertirse hasta morir: El discurso público en la era del show business (2.ª ed.). Barcelona: La Tempestad.
Ehrenreich, B. (2010). Sonríe o muere: La trampa del pensamiento positivo. Madrid: Turner.
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