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La lucha del Partido Comunista contra el oportunismo. Parte II.

Por: Guillermo Uc.


Hasta ahora hemos hecho una exposición muy general de los métodos y formas que los oportunistas de nuestro país han adoptado para marginar al Partido Comunista y sabotear los intentos de organización de la clase obrera en México. Cualquiera puede pensar que, para el Partido Comunista, eso es pan de cada día. Y en efecto lo es. Lo que resulta llamativo es que los ataques más recalcitrantes contra las y los comunistas han venido de parte de ex militantes del histórico Partido Comunista Mexicano.


Esto no es obra de la casualidad, tiene raíces profundas en el movimiento comunista y obrero de nuestro país. Las derrotas sufridas en aquellos años hicieron mella en la consciencia y el espíritu de lucha de una parte de esa generación de ex comunistas. Procederemos ahora a intentar dar una explicación a este fenómeno.


El síndrome del derrotado


La contrarrevolución de principios de los años 90 fue traumática para toda una generación de comunistas alrededor del mundo. Sin embargo, en el caso de México la experiencia fue más triste aun, ya que el histórico Partido Comunista Mexicano ni siquiera alcanzó a ver como partido la contrarrevolución en el campo socialista, pues dicho partido fue autoliquidado varios años antes, en 1981. Lo que siguió después fue lamentable, porque todo el legado de lucha del movimiento obrero, todo su patrimonio adquirido a partir de la sangre derramada de comunistas de nuestro país, fue regalado a la burguesía encarnada en la socialdemocracia y, específicamente, en lo que hoy es el PRD.


Ahora bien, estos hechos no ocurrieron de un día para otro, sino que, tal como indica el método marxista-leninista y el materialismo histórico, dicho fenómeno tiene raíces más viejas, las cuales no abordaremos aquí debido a que no es el objetivo de este artículo, pero que comenzaron a percibirse con más fuerza en la década de los 60, cuando se volvió más evidente la desideologización del PCM, su renuncia al marxismo-leninismo para abrazar banderas abstractas propias de la pequeña burguesía, como la lucha por los “derechos humanos”, las “libertades democráticas”, etc.


Aquella desideologización y el avance de las posiciones pequeño burguesas y oportunistas al interior del Partido hicieron mella en una gran parte de sus militantes, tanto así, que cuando la camarilla de liquidadores anuncia la desaparición del Partido en aras de la unidad de la “izquierda”, la oposición a dicha medida fue prácticamente nula, salvo algunas voces que se opusieron pero que no lograron articular una verdadera defensa del Partido.


Algunos de esos elementos lograron encontrar camino y hoy son una buena base de apoyo para el Partido después de su reorganización, aun sin militar en él. Otros, por desgracia, entraron en la calle de la amargura y no lograron nunca encontrar su esquina de nuevo, intentaron contribuir a la “lucha” de distintas maneras, pero ya nunca más a través de su militancia comunista, debido al “trauma” de dicha experiencia.


Sin embargo, lo que pudieron haber convertido en una dura pero enriquecedora experiencia, aplicando la sistematización de la misma, en hacer una crítica y una autocrítica de lo ocurrido para que, con base en ello, retomar el camino en la reorganización del Partido, lo han convertido en algo de lo cual avergonzarse, en una amarga experiencia que quisieran no recordar o que nunca hubiera pasado, pero que, al mismo tiempo, ha resultado en un fracaso porque sus intentos de reinsertarse en la lucha fuera del Partido no han dado los resultados que esperaban. Esto es lo que algunos camaradas han venido a llamar muy acertadamente el síndrome del derrotado.


Por “derrotado” no debe entenderse a los ex comunistas que hoy están más que cómodos en las altas esferas de la socialdemocracia trabajando como funcionarios. Más bien, lo que deberíamos entender por derrotados son aquellos que, luego de su desbandada de las filas del Partido, una y otra vez han aspirado a retomar su estilo de vida, pero que por su desapego a las normas leninistas de organización y su creciente anticomunismo, han fracasado y hoy no les queda más que la última alternativa: ser funcionales a la socialdemocracia.


¿Cómo se pasa de ser comunista a ser oportunista? Para intentar responder a esta pregunta es necesario conocer las concepciones que empezaron a predominar en el histórico PCM a partir de una determinada época, la década de los 60, así como el contexto histórico de dominio del PRI en el México del siglo pasado.


El fetichismo hacia abstracciones como “la democracia como valor universal”, “la libertad por encima de todas las cosas”, “el respeto a los derechos humanos”, “la vía pacífica hacia el socialismo” y la introducción de otros concepciones pequeño burguesas entre el grueso de la militancia del Partido en aquellos años se realizó en detrimento de lo que deberían ser las tareas y aspiraciones de cualquier Partido Comunista: la dictadura del proletariado, el Poder obrero, la lucha de clases, la utilización de todas las formas de lucha, incluida la violenta, etc.


Aunque algunos de los que hoy forman parte del campo del oportunismo tuvieron incluso la oportunidad de estudiar en escuelas de cuadros del PCUS, pareciera que no asimilaron muy bien la teoría marxista-leninista, pues muchos de los “análisis” que realizan hoy para criticar a los Partidos Comunistas y las normas leninistas de organización, son mecanicistas, incompletos e idealistas.


Uno de los principales es hacer una comparación mecánica entre el predominio del Partido Comunista una vez que triunfe la revolución proletaria, y el dominio que ejerció el PRI en la época que les tocó vivir, en pocas palabras, comparar al Partido Comunista con el PRI pues, según ellos, ambos ejercieron “regímenes unipartidistas”. Nosotros no ocultamos el hecho de que, en el socialismo, el proletariado no necesitará otro partido más que el Partido Comunista, pues sería un sinsentido organizar pacientemente la revolución socialista, con su cuota de sacrificios para nuestra clase, para posteriormente permitir la existencia de partidos que busquen el retorno de la explotación capitalista. Pero el unipartidismo ejercido por el PRI no tiene comparación con el unipartidismo proletario. El primero, fue para asegurar la dictadura de la burguesía en un momento histórico determinado y mientras le fue funcional; el segundo, servirá para defender la dictadura del proletariado y alcanzar el comunismo, donde no habrá necesidad de Estado ni de partidos. Con esta explicación groseramente resumida, pues la teoría marxista-leninista no puede comprimirse en unas pocas líneas, se demuestra lo ridículo de la comparación hecha por los oportunistas.


En segundo lugar, una crítica recurrente hecha por estos apóstatas se dirige hacia el centralismo democrático o las normas leninistas de organización en su conjunto. “El centralismo fue lo que llevó al derrumbe de la Unión Soviética” es una tesis recurrente suya. Este argumento no solo es fantasioso, sino también idealista, desapegado de la realidad material. El centralismo democrático es la forma organizativa que no solo permite al Partido dirigir a las masas proletarias hacia el triunfo de la revolución sino que, una vez consumada ésta, organizar a todo el Estado en la consecución de metas y planes encaminados a erradicar al capitalismo. Sin centralismo democrático no hay revolución ni sobrevivencia de la revolución, así de sencillo.


El ataque hacia el centralismo parte de la idea de que lo que debe predominar, antes que el centralismo, es la democracia. Que todas las organizaciones deben ser lo más horizontales posible, que no haya cuadros, jefes ni direcciones, que predomine el espíritu de colectivo, pues de lo contrario, se corre el riesgo de que una cúpula tome el control de las organizaciones. Este ideal “organizativo” se ha reflejado en las luchas que han intentado impulsar en los últimos años (de esto hablaremos con más detalle en su momento) y que ha resultado en la desorganización total y absoluta, en que nadie asume responsabilidades ni se compromete a ejercer tareas o que haya alguien que vigile el cumplimiento de las mismas.


Es impresionante la incomprensión de lo que se entiende por centralismo democrático por parte de los oportunistas. El centralismo democrático no es estático, sino que es dialéctico. Implica que, en momentos que lo ameriten, la democracia debe predominar, todos y cada uno de los militantes pueden y deben expresar abiertamente sus opiniones, hacer las críticas por los canales pertinentes y contribuir a la resolución de problemas. Pero que una vez que la discusión termina y se alcanza una conclusión de tal o cual asunto, el Partido debe actuar como uno solo, las y los camaradas que no lograron convencer al resto con sus argumentos y quedan en minoría, deben acatar los acuerdos, es decir, supeditarse a la mayoría o de lo contrario, las discusiones no habrían tenido sentido si cualquiera puede hacer lo que le venga en gana.


El centralismo democrático no solo no fue el causante de la entrada de posiciones oportunistas que a final de cuentas desembocaron en las décadas siguientes en la contrarrevolución, sino que precisamente su ausencia habría significado (y, de hecho, ha significado) la ruina de los partidos comunistas. ¿Acaso el Partido Comunista Bolchevique hubiera podido construir el socialismo de manera exitosa en la década de los 30s si hubiera sido permisivo con las facciones de derecha o ultraizquierda en su propio seno? ¿Hubiera podido ser un verdadero Estado Mayor del proletariado si se hubiera permitido actuar a sus anchas al bloque trotskista-zinovievista o a otros grupos anti-partido? Sin el deslinde ideológico del lombardismo o de otras corrientes oportunistas efectuado en la década anterior ¿nuestro Partido estaría donde hoy está, aumentando paulatina pero constantemente su influencia entre la clase obrera, para disgusto de nuestros oportunistas?


Tercero: una de las estupideces más risibles que han expresado algunos de esos tránsfugas que en algún momento se hicieron llamar comunistas es el rechazo a las variadas formas de lucha absolutamente necesarias para la clase obrera, supeditando todas ellas a cursilerías como la “no violencia”, el “no poder”, etc., y cuando los comunistas colocamos en el centro de la discusión el uso de la fuerza del proletariado, incluso cuando es como legítima defensa frente a la maquinaria del Estado burgués, no dudan un segundo en arrancarse las vestimentas y romperse el pecho por ese sacrilegio expresado por los comunistas que son poco menos que monstruos sedientos de sangre.


En las condiciones actuales, la violencia ejercida por el proletariado no es sino un acto reflejo de la violencia ejercida por la burguesía. La diferencia es que el Partido Comunista aspira a organizar y dirigir de manera certera esa violencia, que no sea resultado del momento meramente espontáneo[1]. No hay nada más oportunista que negarle al proletariado el ejercicio de su legítimo derecho a la defensa de sus intereses de clase. Pero nosotros no nos quedamos en eso, sino que esa violencia usada hoy para defenderse, la clase obrera algún día la use para destruir al capital una vez tomado el Poder. Si los oportunistas se horrorizan por el uso de la violencia revolucionaria, o nunca fueron marxistas, o sí lo fueron en algún momento, pero hoy reniegan de lo aprendido.


Por último, y todavía más grave para los objetivos históricos de la clase obrera, es poner en duda la propia existencia del Partido Comunista como destacamento de vanguardia del proletariado. Intentan justificar este ataque apelando al “progreso de la historia”. Mencionan que la autoliquidación del histórico Partido Comunista Mexicano fue un “paso necesario”. Es decir, fue “necesario” que el PCM se diluyera en la supuesta “unidad de la izquierda” para dar paso al PSUM, al PMS y finalmente al PRD, porque “así lo exigía el momento”. ¿Cuál fue esa necesidad del momento? Imponer el discurso del fin de la historia, del “protagonismo” de los llamados sujetos emergentes en detrimento de la clase obrera, en sembrar la idea de que antes de los intereses del proletariado está la defensa fetichista de la “democracia” y el “pluralismo”. Los oportunistas dijeron esas idioteces hace 40 años y las siguen diciendo hoy en contra del Partido Comunista.


El fin de este texto no es enlistar todas y cada una de las desviaciones ideológicas de los oportunistas (o de lo contrario, nos llevaría varias cuartillas), sino las más recurrentes en sus ataques contra el Partido Comunista. Ahora bien, con lo ya mencionado se puede hacer una idea de la bancarrota ideológica de estas gentes. Sin embargo, dicha bancarrota ideológica no sería nada si no viniera acompañada de la bancarrota política y un cada vez mayor desprestigio entre las masas.


Su fracaso y nuestro inexorable avance


Mientras las organizaciones abiertamente socialdemócratas, es decir, las que están en la nómina de la 4T, han tenido buen éxito para organizar a las masas para sus fines, no puede decirse lo mismo de los socialdemócratas de oficio, los oportunistas que aspiran a formar parte de esa socialdemocracia profesional pero que, hasta para organizar a las masas, han fracasado una y otra vez. Ni con su discurso pseudo marxista han logrado atraerse a las masas y cuando lo han hecho, su falta de disciplina, sumado al reflejo de sus desviaciones ideológicas en el trabajo práctico, las ha llevado a no saber qué hacer con ellas.


Cuando el proletariado ha tenido en estas gentes a sus referentes, han obtenido como resultado la desilusión y ni un solo avance concreto. No es difícil descifrar porqué: discusiones interminables sobre el mismo tema en todas y cada una de sus reuniones; falta de orden en las mismas reuniones; toma de acuerdos pero nadie que los cumpla; permisividad para elementos corrosivos o abiertamente anti proletarios; repetición de las mismas actividades en efemérides cada año, sobre exactamente los mismos temas con las mismas personas, lo que las convertía en actividades de autoconsumo; rechazo al debate franco y abierto para no herir susceptibilidades pues todos tienen razón y al mismo tiempo nadie la tiene; temor a la crítica y repulsa a la autocrítica, etc.


Ningún obrero que necesite una solución seria a sus problemas cotidianos iba a poder encontrarla con estas normas (o falta de normas) de trabajo. Al caso podrían soportar tal dinámica un año o dos, pero nada dura para siempre. Si bien en cada región del país varían los resultados, por lo general, este modus operandi condujo a que en el plazo de unos cuantos años, los oportunistas solo mantengan el respaldo de unos cuantos incondicionales o de alguno que otro compañero o compañera honesta que, en el fondo, espera que esta forma de trabajo cambie algún día. El peso histórico del nombre de los oportunistas también cuenta, pues, como quiera, se les reconoce como los líderes históricos que quedan con vida de lo que se conocía como “izquierda” en el siglo pasado, por supuesto, vinculados al viejo Partido Comunista.


Estas formas de “organización” en nada corresponden con las necesidades del proletariado. La clase obrera necesita normas organizativas serias y más avanzadas. La experiencia nos dicta que, cuando las y los comunistas llegan a alguno de estos espacios y participan en esos frentes de intervención, los avances son notorios, en comparación de los tiempos del monopolio de los oportunistas. En ciertas regiones, nuestra llegada ha producido que se vayan sumando poco a poco más trabajadores, que poco a poco van asimilando y aceptando nuestra línea política como la correcta.


No ha sido miel sobre hojuelas, pues como hemos expresado a lo largo de este artículo, nos hemos topado con la oposición, abierta algunas veces y velada otras, de los oportunistas. Hasta ahora, el reconocimiento de las y los trabajadores hacia nuestras posturas y formas de organizar el trabajo ha dado como resultado que los más débiles o los más cansados de los oportunistas que quedan vivos, poco a poco vayan optando por retirarse pacíficamente a sus casas al verse derrotados (irónicamente, por segunda vez).


Sin embargo, esta es una lucha que debemos seguir dando, pues aun queda latente el riesgo de que, en momentos de agudización de la lucha de clases, en aras del beneficio inmediato, los oportunistas logren volver a engañar a las masas con frases y promesas pomposas, incluso apoyándose de funcionarios de instancias gubernamentales, las mismas que, antes de que gobernara la 4T eran sus “enemigas”, pero ahora son aliadas más.


Dicen que cuanto más alto se vuela, más dura será la caída. Los oportunistas, en su momento, disfrutaron estar en la cima del reconocimiento por ser los “referentes” de la “izquierda”. Se embriagaron de reconocimiento y olvidaron que no estamos arriesgando nuestra vida y libertad por reconocimiento, sino porque nuestra clase necesita emanciparse. Perdieron su brújula y terminaron siendo una base de apoyo para la burguesía. Con lo que no contaban es que es una ley histórica objetiva que el proletariado siempre tenderá a reorganizar a su partido, y ahora que el Partido Comunista se está reorganizando con fuerza, desenmascarando su hipocresía con la que han engañado a la clase obrera desde 1981, esta caída está más próxima.


Lo dicho hasta ahora no resta reconocimiento a sus años pasados de lucha, definitivamente en situaciones muy duras, que los llevaron a enfrentarse al Estado, a la represión, la cárcel y otras calamidades. Eso es algo que la historia no podrá borrar. Lenin nunca dejó de reconocer los aportes al marxismo de Kautsky o de Plejánov, pero no por ello dejó de señalarlos como lo que terminaron en convertirse: unos oportunistas.


Nuestros oportunistas han dado lo que tenían que dar, han luchado lo que tenían que luchar, han tenido la oportunidad de reencontrar su camino lejos del oportunismo, pero han decidido por sí mismos continuar del lado de la burguesía. Desgraciadamente, eso difícilmente va a cambiar. Pero el proletariado no debe preocuparse por ello, pues mientras los oportunistas dan su último soplo, el Partido Comunista se fortalece y ofrece a nuestra clase una alternativa revolucionaria, la única alternativa posible: la revolución socialista.

[1] Tal como hacen los anarquistas. A propósito de ello, los oportunistas, en todo su eclecticismo, ven en el uso de la violencia espontánea y desorganizada por parte de los anarquistas, algo legítimo y admirable, a diferencia del uso de la fuerza que puede llegar a utilizar en algún momento el proletariado organizado en ligas, sindicatos o dirigida por el propio Partido Comunista. Es tanta su repulsa hacia el comunismo que hasta a los anarquistas y al lumpenproletariado en general prefieren adoptar sin ningún empacho, sin siquiera darse a la tarea de conocerlos a fondo antes de arroparlos. Esta apertura indiscriminada (pero discriminatoria hacia los marxistas-leninistas) incluso los ha llevado, en algunas ocasiones, a dar con sus huesos a la cárcel, pues tanto los anarquistas con sus actitudes liberales e individualistas, como el lumpenproletariado trabajando para el Estado, les han puesto una zancadilla que no tardaron mucho en olvidar y perdonar.

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