Por Carlos Parra
La reorganización del proceso productivo trajo consigo la inserción tardía de la mujer dentro de la economía, arrojando consigo una de las consecuencias que aún se siguen percibiendo, la desigualdad salarial y el aumento en la precarización de las condiciones laborales para la mujer trabajadora. En el capitalismo la incorporación de la mujer en los procesos productivos se dió de manera lenta, gradual y altamente precaria.
La presencia de las mujeres trabajadoras en México está situada mayormente en el sector de los servicios y en el comercio, sin dejar de lado la industria maquiladora, que explota día con día la fuerza de trabajo de miles de mujeres trabajadoras en condiciones altamente precarias.
Una de las características de la reestructuración económica dentro del capitalismo para la mujer trabajadora, ha sido el papel que se les ha otorgado dentro de este sistema, meramente de supervivencia, como es el caso del comercio informal, en la vía pública, el cuentapropismo, el trabajo doméstico, remunerado y no remunerado, dejando al descubierto el papel que ocupan las mujeres en la división social del trabajo.
Haciendo de la precariedad una cotidianidad y una característica particular en el mundo laboral para las mujeres, recordemos que, si bien es cierto, de manera general la clase obrera yace explotada y precarizada por las relaciones productivas mantenidas por el sistema, es dentro de sus filas donde se encuentra un sector aún más vulnerado, el de la mujer trabajadora.
Otra característica que parece ser inherente al papel de la mujer trabajadora es el desempeñar, además de la actividad remunerada, el trabajo domestico no remunerado, oculto en las llamadas “responsabilidades familiares y domésticas de la mujer”, lo que provoca que la mujer trabajadora no solo sea explotada en el mundo laboral, como su contraparte el trabajador, sino que es doblemente explotada al también cargar con las responsabilidades del hogar, creando con ello una limitación para participar en la distribución social del trabajo.
Un reflejo de esta desigualdad es la escasa participación de las mujeres trabajadoras en puestos de dirección, y más en específico en las obligaciones de dirección dentro de las organizaciones sindicales.
La vida sindical es prácticamente inalcanzable para más del 70 % de la clase obrera del país, puesto que solo un porcentaje muy mínimo está ligado a un sindicato, independientemente del tipo que se trate. Y dentro de este porcentaje se encuentra el bloque que se ve aún más precarizado en materia sindical, este es el caso de la mujer obrera dentro del sindicalismo.
La presencia de la mujer trabajadora en el sindicalismo mexicano sigue siendo mínima, y aún más si se trata de ostentar puestos dirigentes dentro de la organización. Pues tan solo el 8.67 % del total de organizaciones sindicales o gremiales poseen secretarías generales encabezadas por mujeres, olvidando o ignorando así la importancia que ha desempeñado la mujer proletaria en los cambios sociales a lo largo de la historia, en la búsqueda de la igualdad ante la ley, de derechos laborales y en la defensa de los logros de las luchas sindicales del siglo pasado, desempeñando siempre un papel importante en la lucha obrera mundial.
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