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Las inundaciones, la ciudad y el capital

Actualizado: 4 feb 2021

Por Chak Sáastal

El paso del huracán Delta dejó estragos en toda la Península de Yucatán. Estragos sumados a los

dejados por la tormenta tropical Cristóbal a principios de junio y por la tormenta tropical Gamma

apenas unos días antes de Delta, de los cuales muchos siguen sin ser atendidos. Calles inundadas, carreteras arruinadas, árboles caídos, comunidades sin luz eléctrica, toneladas de cultivos ahogados y perdidos con el agua, pérdida de objetos de valor, casas destruidas… En medio del desempleo y de una crisis sanitaria y económica, miles de familias vieron arruinadas sus cosechas, sus fuentes de sustento, principalmente en el campo y en las zonas marginadas de las ciudades.


En el caso de la ciudad de Mérida, han sido 219,000 los habitantes afectados por las inundaciones. Fueron ocho las comisarías más afectadas por las inundaciones: Noc Ac, Cosgaya,

Komchén, Xcunyá, Chuemán, Sierra Papacal, Chablekal y Caucel, que suman, según el Censo de

Población de 2010, 18,826 habitantes. Además, hay dos zonas críticas de inundaciones: los fraccionamientos Las Américas y Ciudad Caucel, donde hay aproximadamente 50,000 viviendas y poco más de 200,000 habitantes.


Ante este panorama, debemos evitar pensar que se trata de desastres “naturales”, pues como bien señala Luis Burón de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR), “los desastres naturales no existen. Los desastres son siempre el resultado de las acciones y las decisiones humanas”. Y, ciertamente, estos desastres no son en modo alguno, inevitables. Si bien hasta el momento no podemos evitar la formación de huracanes y de tormentas, los impactos de éstos y otros fenómenos naturales podrían ser reducidos al mínimo. A final de cuentas, las viviendas, las carreteras y todo lo que uno pueden encontrar en espacios urbanos, no brota de la tierra; alguien ordenó su construcción, alguien decidió su ubicación, alguien estuvo a cargo de los estudios ambientales y sociales (si es que los hubo…), y también alguien estuvo a cargo de la construcción. De la misma manera, alguien decide hacia dónde va a parar el presupuesto público, alguien decide desaparecer los fondos para atender los efectos de los fenómenos de la naturaleza, alguien decide hacer caso omiso a las necesidades de la población. Toda una serie de decisiones, acciones y omisiones tienen como resultado el desastre.


¿Y quiénes deciden esto? Sin duda alguna, no la gente que sufre las afectaciones; pues, la enorme mayoría de las personas están privadas de alguna influencia en las decisiones que se toman acerca de estas cuestiones. A la mayoría nos queda aguantar las decisiones que los capitalistas, y su instrumento, el Estado, nos imponen. Nosotros, los de abajo, clase trabajadora, no tenemos ni voz ni voto en las decisiones públicas, a pesar de que nos hagan creer que nuestro voto y nuestra opinión tienen alguna importancia… ¡No la tienen!, ¡Son otros los que toman esas decisiones!


¿Podría ser esto de otra forma? Bajo el capitalismo, no; con todo y que los reformistas y los embaucadores se llenen la boca de bonitos deseos acerca de tener una sociedad y una ciudad “justa, democrática e igualitaria”. No nos engañemos: semejante panorama no es ni será posible bajo el imperio del capital. La llamada democracia que rige a los llamados países democráticos no es otra que la democracia burguesa; democracia burguesa que es al mismo tiempo una dictadura contra las demás clases, y, en particular, contra el proletariado y el campesinado. Solo una salida revolucionaria puede poner fin a los problemas que caracterizan a la ciudad del capital.


Si bien podemos remitirnos hasta Marx, Engels y Lenin para estudiar y comprender la situación actual y el papel del Estado respecto a la clase de los capitalistas, me remitiré a la corriente marxista de sociología urbana surgida en Francia durante los años 60. Pese a renegar del marxismo-leninismo, las elaboraciones de Henri Lefevbre resultan útiles para entender la relación del capitalismo con el espacio urbano:


"La lógica de la producción industrial se traduce en la construcción de un espacio habitable en el que se impone la búsqueda de beneficio capitalista; la construcción de viviendas se ha uniformado y masificado como una consecuencia lógica de la rentabilidad capitalista. El hábitat hace del habitar una práctica alienante, puesto que descuida las verdaderas necesidades humanas. La vivienda no se hace a la medida de sus moradores, sino que persigue fines de racionalidad económica. Queda claro en ese contexto que la relación entre la vida cotidiana, alienación y espacio social, solo puede ser desentrañada por medio de un análisis global, en el cual se dé cuenta del proceso de explotación de la fuerza de trabajo, por un lado, y de la apropiación (por la vía del consumo) de los productos del trabajo, por el otro".


Bajo el capitalismo la ciudad tiene la función de reproducir la producción capitalista; la ciudad es una fuente de riquezas para el capitalista. Por medio de ella, la clase parásita de los capitalistas asegura la satisfacción de sus intereses de clase. No nos debe extrañar, pues, que los espacios urbanos no concuerden con las necesidades y los intereses de la mayoría de la población. La anarquía de la producción de mercancías también conlleva a la anarquía de la producción del espacio, pues, a final de cuentas, bajo el capitalismo las tierras, las viviendas, y el espacio en general, son también mercancías.


No por nada también Mérida ha presentado un anárquico crecimiento urbano en las últimas décadas, después de las reformas legales que permiten la venta de ejidos desde principios de los 90. La destrucción de los hábitats de cientos de especies y su sustitución por planchas de cemento inhabitadas (pues sus costos resultan inaccesibles para la mayoría de la población), no es más que un resultado lógico de la búsqueda de la ganancia capitalista por parte de los empresarios del sector inmobiliario y de la construcción. La racionalidad económica del capitalismo se traduce en una irracionalidad generalizada de la vida en la ciudad. Es la irracionalidad en la construcción y de la planeación de las ciudades que da lugar a situaciones desastrosas como las terribles inundaciones en Mérida que han incluso provocado la muerte de una mujer al electrocutarse por tocar un poste de luz sumergido en el agua. Es la irracionalidad que lleva a la construcción masiva de viviendas en condiciones deplorables que, no obstante, son las únicas accesibles para la clase trabajadora. Y aun así, los defensores del capitalismo se atreven a acusarnos a los comunistas de irracionales por querer poner la cuestión del urbanismo bajo la administración planificada de un Estado (o semi-Estado) controlado por la mayoría de la población para beneficio de la mayoría de la población. Ya nuestros camaradas de la Juventud Comunista de Grecia (KNE) señalaban esto:


"Hoy en el siglo XXI, hay trabajadores que enfrentan intensos problemas de vivienda, que rentan o están “encadenados” a hipotecas, o incluso gente joven o parejas jóvenes que se ven forzadas a permanecer con sus padres porque no pueden permitirse comprar una casa propia, sin mencionar a las miles de personas empobrecidas y sin hogar. Y todo ello, mientras miles y miles de casas permanecen sin vender. […] Esta es la irracionalidad del capitalismo: que la satisfacción de las necesidades de vivienda, educación, de atención médica, de empleo, esté determinada por la rentabilidad y la ganancia de las empresas capitalistas de uno u otro sector, mientras que existe el potencial científico y tecnológico para la satisfacción plena de esas necesidades. La irracionalidad, o, mejor aún, la decadencia, es lo que caracteriza la vida de la mayoría de las personas, controlada por las decisiones de los parásitos dueños y accionistas de las compañías, quienes viven alrededor del mundo y deciden sobre la base de su beneficio".

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En fin, los capitalistas nos niegan la posibilidad de tener una ciudad, un espacio, pensando para la satisfacción plena de nuestras necesidades, pues para ellos no somos más que una fuente para extraer plusvalía. Si ellos pueden evitar estudios ambientales y sociales para ahorrarse gastos, lo harán. Si ellos pueden escatimar en materiales de construcción de viviendas, aunque ello signifique poner en riesgo a quienes las ocupen, escatimarán. No les importamos nosotros; les importa nuestro dinero. Como si no fuera suficiente con que nuestros patrones se queden con los frutos de nuestro trabajo, resulta que con las migajas que nos quedan no podemos siquiera tener acceso a una vivienda digna en condiciones dignas. La irracionalidad propia del capitalismo nos está llevando y nos seguirá llevando al desastre ambiental. Los problemas relacionados con el agua y el suelo en la Península no pueden sino empeorar en los próximos años como resultado de esta lógica. No puede quedarnos duda: o Socialismo o barbarie.


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