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Tiempo de calidad, un derecho negado al proletariado

Por: Luna Grajales.



Crecer como hijo o hija de padres obreros proletarios en el sistema capitalista es enfrentar, desde el inicio de la vida, las contradicciones más profundas de un sistema basado en la explotación. Para los proletarios, el tiempo y la energía no les pertenecen; ambos son absorbidos por la maquinaria del capital, dejando poco o nada para lo más fundamental: compartir el tiempo, experiencias, es decir, la vida con sus hijos. La necesidad de trabajar largas jornadas para garantizar apenas la subsistencia coloca a los padres en una posición en la que, por más amor y cuidado que deseen ofrecer, se ven obligados a priorizar la supervivencia material sobre la construcción de vínculos afectivos y una convivencia plena.


En este contexto, los niños crecen sin la presencia constante de sus padres, lo que genera un vacío emocional difícil de llenar. Este alejamiento no es una elección personal, sino una imposición estructural que demuestra cómo el capitalismo no solo roba el tiempo y la energía de los trabajadores, sino que también destruye la posibilidad de generar espacios de convivencia sana en el ámbito del hogar, tanto para los niños como para los adultos trabajadores. El sistema exige que los padres estén disponibles para la producción, mientras que la formación de los hijos, una tarea fundamental para la sociedad, queda a cargo de instituciones estatales o privadas los cuáles, o no están disponibles para toda la clase trabajadora o, en el caso de los espacios privados, el cuidado y la educación pasan a segundo término al ser mercantilizado. En la peor de las situaciones, la formación simplemente es desatendida debido a las limitaciones económicas y de tiempo de los padres proletarios.


Este desarraigo familiar tiene profundas repercusiones en la salud mental y el desarrollo emocional de los hijos. Crecen en un ambiente donde el afecto y la atención directa son reemplazados por la preocupación constante de sus padres por cumplir con las demandas del trabajo y asegurar los ingresos necesarios para sobrevivir. Los infantes no solo sienten la ausencia física de sus progenitores, sino que perciben el agotamiento, el estrés y la frustración que el trabajo asalariado les impone. Esto deja en los menores, cicatrices emocionales que pueden manifestarse en sentimientos de inseguridad, ansiedad y una incapacidad para construir relaciones afectivas sanas en la vida adulta, lo cual es aprovechado por el capitalismo para ofrecer condiciones laborales que contribuyen más al aislamiento y por lo tanto al desinterés en la organización para exigir derechos laborales.


Por otro lado, los padres proletarios, atrapados en la lucha diaria por cumplir con las exigencias económicas, también sufren las consecuencias de esta separación. El tiempo perdido con sus hijos no puede recuperarse, y la culpa que muchos sienten por no poder estar presentes en momentos clave del desarrollo de sus hijos se suma al peso de la explotación laboral. Este ciclo perpetúa un daño psicológico que afecta tanto a los padres como a los hijos, mientras el capital continúa beneficiándose de su trabajo.


Esta situación no es natural ni inevitable. Es una consecuencia directa de un sistema económico que coloca la acumulación de ganancias por encima de las necesidades humanas. El capitalismo se presenta como un orden inevitable, pero en realidad es un sistema que sacrifica la vida de cada uno de los miembros de la clase trabajadora y el bienestar emocional en nombre del lucro. La lógica del sistema demanda que los obreros sacrifiquen su tiempo y sus relaciones personales para sostener a una clase dominante que no participa en la producción, pero que se enriquece a costa del esfuerzo de las masas trabajadoras.


En una sociedad socialista, los medios de producción estarían en manos de los trabajadores, lo que permitiría organizar el trabajo de una manera que priorice el bienestar humano sobre la ganancia. Esto incluiría garantizar jornadas laborales reducidas, salarios dignos y sistemas de apoyo que permitan a los padres participar activamente en el disfrute de tiempo con sus hijos. Además, se desarrollaría una infraestructura social que asegure el acceso universal a la educación, la salud y el cuidado infantil, aliviando la carga que hoy recae sobre las familias proletarias y en muchos casos en hombros de la mujer proletaria.


La emancipación de la clase trabajadora no solo implica la abolición de la explotación económica, sino también la posibilidad de construir relaciones humanas más plenas y significativas. Liberar a los padres proletarios de las cadenas del trabajo asalariado significa también liberar a los hijos de un sistema que los priva del amor que necesitan para crecer de manera saludable. Es la lucha por un futuro donde las familias no estén divididas por las exigencias del capital, sino unidas por un propósito común: la construcción de una sociedad más justa, equitativa y humana.

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