Por Chak Saastal
El pasado primero de octubre, organizaciones estudiantiles, sindicales, de trabajadores, y el Partido Comunista de México, se volcaron a las calles en una demostración de rechazo a las políticas antiobreras y antipopulares tanto del gobierno saliente como del entrante, en el marco de la transición gubernamental,
Durante la campaña, la propuesta de reducir la jornada laboral a 40 horas semanales resonó entre las y los trabajadores, quienes vieron en esa medida una pequeña luz de mejora en sus condiciones de vida. Sin embargo, las y los manifestantes denunciaron que dicha reforma ha sido relegada al olvido, echada a la papelera. En su lugar, el gobierno ha priorizado reformas constitucionales que consolidan la militarización de la vida pública, un golpe directo contra los derechos del pueblo trabajador. Es decir, morena utilizó su avasallante mayoría para beneficiar a los monopolios.
El Comité de Solidaridad con Palestina, presente en la movilización, exigió el rompimiento inmediato de las relaciones con el estado sionista de Israel. Este reclamo se hizo más urgente tras los recientes crímenes cometidos contra el pueblo palestino, crímenes que tanto el gobierno saliente como el entrante han decidido ignorar. El gobierno saliente se despidió sin dar pasos en esa dirección, y el nuevo gobierno ni siquiera ha mencionado la cuestión. La indiferencia del poder político mexicano ante el sufrimiento del pueblo palestino es otro claro indicio de su alineación con los intereses imperialistas.
Lo que quedó claro durante la manifestación es que se avecina un periodo álgido en la lucha de clases. La clase dominante ya ha tomado sus posiciones. La militarización no es un asunto de seguridad pública, como nos quieren hacer creer, sino una preparación para reprimir cualquier levantamiento de la clase trabajadora, de las y los estudiantes, de las y los campesinos. La burguesía, consciente de su debilidad ante la creciente desigualdad y el descontento social, recurre a la fuerza militar para salvaguardar sus intereses y aplastar toda ola de insumisión. Morena se consolida como un partido de estado, como lo fue el viejo PRI, del que por cierto provienen AMLO y los principales dirigentes de MORENA.
En este escenario, la clase trabajadora tiene una tarea histórica urgente: organizarse. La única respuesta viable frente a la represión estatal y la traición política es la unidad de los trabajadores y los sectores populares. Solo a través de la lucha organizada será posible frenar el avance de la militarización y conquistar mejoras reales en las condiciones de vida de la clase obrera y popular. El actual panorama no deja lugar para ilusiones reformistas. La burguesía ha mostrado su verdadera cara, y no hay reformas que puedan cambiar la naturaleza de su dominio.
Es preciso que la clase trabajadora se fortalezca y que construya sus propias herramientas de lucha: sindicatos combativos, comités populares, que representen sus intereses de clase. Porque si algo quedó claro el primero de octubre, es que el cambio no vendrá desde las instituciones del poder burgués, sino desde la organización y movilización.
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